martes, 31 de mayo de 2016

La historia del gato gilipollas


Hoy os voy a contar la historia de un gato.

Este gato era un felino muy bien entrenado. En su juventud estaba un poco asilvestrado, pero pronto aprendió a vivir en comunidad y descubrió rápido los mejores trucos, llegando a ser el más veloz de sus colegas gatunos, e incluso era capaz de saltar desde una altura que los demás no podían.

Para él no era suficiente. Él quería llegar a poder saltar de lugares cada vez más altos, y lo seguía intentando pese al riesgo que podía correr. Para él, imponerse un límite era de débiles, y siempre intentaba superarse, pese a que alguna que otra vez se había lesionado alguna extremidad.

Así pues, con este ritmo de vida, nuestro gato llegó a ser respetado entre los que, en su asilvestrada juventud, le llamaban salvaje. Obviamente esto le gratificaba, pero el reconforte era mínimo pues él no sabía hasta donde podía llegar, y no estaba dispuesto a pararse.
Un buen día apareció una gata.

“Bueno, cómo no…”

Esa gata era bastante normal, y eso sin duda llamó la atención de nuestro felino. Acostumbrado a grandes proezas, veía en ella lo normal y corriente, y de alguna manera eso alteraba sus sentidos y le conducía a preguntarse si él podría llegar a vivir de forma normal y corriente como esa gata.

El minino investigó a la gata de forma sigilosa como solo los gatos saben hacer. Y la investigó. Y la investigó. Y por mucho que la investigaba, no lograba entenderla. Era una gata ávida y brillante, pero muy normal por fuera. 

Ante tal intriga y desconcierto, el gato se sintió extrañado y decidió ir a hablar con la gata. Hablaron entre maullidos, tampoco me preguntéis qué dijeron. Probablemente hablaron de cosas banales y sin sentido.Quizás de Whiskas, o puede que de la última viñeta de Garfield. Yo qué se. 

El caso es que el gato salió de esa conversación tal y como había entrado, sin saber nada de la gata.

Al día siguiente el felino se decantó por la opción que siempre había usado y que ya le había funcionado para demostrarse un miembro más del grupo. Se propuso saltar de la altura que nadie saltó jamás, y así impresionar a la gata misteriosa.

De ese modo, nuestro protagonista decidió subir las escaleras de uno de los edificios más altos de la ciudad, y mientras lo hacía, se corrió la voz (en maullidos) entre todos los gatos de la ciudad de aquello que el gato pretendía. Como podéis imaginar, hasta la gata se enteró de eso, y junto a toda la comunidad gatuna, fueron a ver cómo el gato intentaba tal proeza.

Una vez arriba del edificio, el gato miró hacia abajo.

“A ver si lo entiendo. ¿Todo es una metáfora para decir que tienes vértigo?”

Se podría decir que sí, pero sigamos con la historia.

Con su vista de lince, vio a la gata y animado con todo el valor que su imagen le dio, se decidió a saltar.

No se me dan bien los finales tristes de las historias, pero os podéis imaginar que los gatos no tienen alas, y por muy bien que pudiese saltar, y por mucho que digan que uno no puede volar si no lo intenta, lo cierto es que, si lo intenta y no puede volar, puede que se vaya a matar. Así es como acabó nuestro protagonista.

“Bueno, ya nos has puesto tristes a todos. ¿Y la moraleja?”


La moraleja es que, nadie vale tanto la pena para desperdiciar una vida.