Hoy os voy a contar la historia de un gato.
Este gato era un felino muy bien entrenado. En su juventud
estaba un poco asilvestrado, pero pronto aprendió a vivir en comunidad y
descubrió rápido los mejores trucos, llegando a ser el más veloz de sus colegas
gatunos, e incluso era capaz de saltar desde una altura que los demás no podían.
Para él no era suficiente. Él quería llegar a poder saltar
de lugares cada vez más altos, y lo seguía intentando pese al riesgo que podía
correr. Para él, imponerse un límite era de débiles, y siempre intentaba
superarse, pese a que alguna que otra vez se había lesionado alguna extremidad.
Así pues, con este ritmo de vida, nuestro gato llegó a ser
respetado entre los que, en su asilvestrada juventud, le llamaban salvaje.
Obviamente esto le gratificaba, pero el reconforte era mínimo pues él no sabía
hasta donde podía llegar, y no estaba dispuesto a pararse.
Un buen día apareció una gata.
“Bueno, cómo no…”
Esa gata era bastante normal, y eso sin duda llamó la atención
de nuestro felino. Acostumbrado a grandes proezas, veía en ella lo normal y
corriente, y de alguna manera eso alteraba sus sentidos y le conducía a
preguntarse si él podría llegar a vivir de forma normal y corriente como esa
gata.
El minino investigó a la gata de forma sigilosa como solo
los gatos saben hacer. Y la investigó. Y la investigó. Y por mucho que la
investigaba, no lograba entenderla. Era una gata ávida y brillante, pero muy normal por fuera.
Ante tal intriga y desconcierto, el gato se sintió extrañado
y decidió ir a hablar con la gata. Hablaron entre maullidos, tampoco me
preguntéis qué dijeron. Probablemente hablaron de cosas banales y sin sentido.Quizás de Whiskas, o puede que de la última viñeta de Garfield. Yo qué se.
El caso es que el gato salió de esa conversación tal y como había entrado, sin
saber nada de la gata.
Al día siguiente el felino se decantó por la opción que
siempre había usado y que ya le había funcionado para demostrarse un miembro
más del grupo. Se propuso saltar de la altura que nadie saltó jamás, y así
impresionar a la gata misteriosa.
De ese modo, nuestro protagonista decidió subir las
escaleras de uno de los edificios más altos de la ciudad, y mientras lo hacía,
se corrió la voz (en maullidos) entre todos los gatos de la ciudad de aquello
que el gato pretendía. Como podéis imaginar, hasta la gata se enteró de eso, y
junto a toda la comunidad gatuna, fueron a ver cómo el gato intentaba tal
proeza.
Una vez arriba del edificio, el gato miró hacia abajo.
“A ver si lo entiendo. ¿Todo es una metáfora para decir que
tienes vértigo?”
Se podría decir que sí, pero sigamos con la historia.
Con su vista de lince, vio a la gata y animado con todo el
valor que su imagen le dio, se decidió a saltar.
No se me dan bien los finales tristes de las historias, pero
os podéis imaginar que los gatos no tienen alas, y por muy bien que pudiese
saltar, y por mucho que digan que uno no puede volar si no lo intenta, lo
cierto es que, si lo intenta y no puede volar, puede que se vaya a matar. Así
es como acabó nuestro protagonista.
“Bueno, ya nos has puesto tristes a todos. ¿Y la moraleja?”
La moraleja es que, nadie vale tanto la pena para
desperdiciar una vida.