Con este título tan de Mecano, me dispongo a exponer una
reflexión surgida de un par de conversaciones, alguna frase épica de algún
profesor, y alguna foto de FB (Facebook para las víctimas de la brecha digital). Para situarnos, hoy hablaré de cambiar en general, porque
ha llegado el 2017, la gente se hace propósitos de año nuevo y algunos
conllevan cambiar de forma de ser o pensar. Y hay que meditarlo dos o más veces.
Ejemplo: Tu pareja dice que te quiere, pero que hay cosas
que no le gustan de ti, por ejemplo, cuando hablas de política en las cenas y
acabas invadiendo medio continente. O cuando se te va la castaña y empiezas a
hacer humor negro racial. O cuando peinas las muñecas de tu colección mientras
les hablas entre susurros. Ha pasado, por eso lo digo. No a mí.
Pensemos en la situación. Si fuese una opinión de tu pareja
o amigos, sería aceptable. Todo el mundo tiene derecho a opinar sobre lo que
quiere. De hecho, todo el mundo tiene derecho a despotricar y censurar aquello
que no le gusta. El problema está cuando intentan cambiarte. Entonces piensa
mal.
Cuando una persona quiere realmente a otra persona,
significa que quiere sus virtudes y aprecia o como mínimo, respeta sus
defectos, que, en definitiva, todos tenemos. De hecho, cuando estás enamorado,
no percibes grandes defectos, y cuando quieres, es cuando los comprendes y los
asumes. Esa es la diferencia entre enamorarse y querer.
El problema es cuando no es así, y tus defectos no son
aceptados por la otra persona, que también tendrá sus defectos y que puede que
aceptes. De hecho, querer cambiar a la otra persona y querer controlarla, es exactamente
lo mismo, y muchas veces puede llevar a la persona a la que quieren cambiar, a
entrar en una espiral autodestructiva depresiva.
Pero como veo que se está liando la entrada, voy a poner un
ejemplo sencillo para que me entendáis.
“Gracias, ya me estaba
liando con tanto cambiar”.
Mi nombre es Omar, soy pobre y tengo un Ford Focus C-Max con casi 15 años. La chica de la que estoy prenda
(jerga de coleguis), es súper pija y le molan los coches de gama alta. Mi
objetivo es que esté conmigo forever,
pero con mi coche no tengo ni para empezar.
“¡Cáspita! Pues no sé
qué decirte, si solo te quiere por tu coche, no parece una persona muy madura…”.
Solución, necesito un coche de gama alta, pero para eso me
ha de tocar la lotería, pues soy pobre. O eso, o me pido un crédito, que igual
no podré pagar y me acabarán embargando la casa porque repito que soy pobre y
tal.
Pero dejemos a mi yo imaginario, y volvamos a analizar la
situación. Controlar a una persona es hacer que cambie, en este ejemplo, que cambie
de coche. Un ejemplo un tanto absurdo, pero llegamos a la misma situación que
con los ejemplos anteriores.
A la chica con la que
salgo no le gusta que peine muñecas mientras les susurro, y me pide que deje de
hacerlo, que parezco raro, o me deja. Así que dejaré de hacerlo.
La chica con la que
salgo odia el humor negro y me pide que deje de hacer chistes de etíopes
mientras cenamos, o me deja. Así que dejaré de hacerlo.
La chica con la que
salgo me pide que deje de hablar de lo magníficos que fueron Hitler y napoleón,
o me deja. Así que dejo de hacerlo.
Y así me podría pasar horas, y es que, ejemplos como este
son muy cotidianos, aunque no lo creamos. A mí, personalmente, me parece
terrible que vivamos en un mundo en el que, dejamos de ser esclavos de la
nobleza para someternos al yugo de alguien que quiere tener un control sobre
nosotros simplemente porque en su vida nunca ha sentido el poder, o por el
motivo que sea que alguien puede ser así. La verdad es que me trae sin cuidado.
Si te quiere, no te intentará cambiar. Te aceptará con tus
defectos y virtudes, que todos tenemos, y del mismo modo, tú le aceptarás los
suyos. Así es como funcionan las relaciones interpersonales y estables. El
resto es basura hipócrita que durará poco porque alguno de sus miembros o los
dos, no han madurado suficiente.
PD: A veces sí que hace falta cambiar, por ejemplo, si peinas muñecas mientras les susurras cosas, pero eso ha de salir de dentro de uno mismo, nunca ha de ser objeto del chantaje emocional de otra persona.