jueves, 30 de marzo de 2017

Los sin-patria II: El racismo de verdad.

Me toca mucho las narices este tema, pero quiero explicarme, porque parece que el racismo es un tema de “o blanco o negro” y realmente no es así por mucho que nos lo pinten como tal.

“Se te ve nervioso, tranquilo, te leemos, paz”.

Vemos constantemente en los medios, noticias sobre los refugiados (ahora ya menos, habrá pasado un poco de moda). A su vez, vemos gente en Siria o Irak muriendo día tras día, sin descanso, por coches bomba o atentados en general, y lejos de decirte “ha habido X cifra de muertos”, en los medios de aquí dicen un “ha habido decenas de muertos”. ¡VAYA, YA ME QUEDO MÁS TRANQUILO SABIENDO QUE HAN SIDO UN NÚMERO TAN CONCRETO COMO “DECENAS”!

El ser humano es hipócrita. Simulamos que nos interesa lo que pasa en Siria, y que queremos acoger refugiados, y a los de aquí que saltan la valla de la frontera sur, los acogemos con pelotazos de goma y levantando alambradas de tres metros con cuchillas.

Llegan inmigrantes, tienen hijos, y cuando estos alcanzan una edad madura, lo primero que hacemos es preguntarles “¿de dónde eres?” al ver un nombre raro pese a que físicamente tampoco parecen muy de fuera. Interés, mero interés. Tampoco parecían demasiado de aquí, ¿no?

Me muero de rabia, principalmente porque lo que pasa es que no somos conscientes de lo que realmente es el racismo. Racismo no es poner la etiqueta a alguien de “negro”, “moro”, “gitano” o “sudaca”. Racismo es acompañar esos adjetivos con estereotipos que engloben a todo un grupo poblacional.

Os voy a poner un ejemplo. En un lugar determinado, en un momento concreto, en mi presencia, se llevó a cabo la siguiente conversación:

-          El moro este, que no se quiere duchar, el muy guarro.
-          Sí, es que yo creo que todos son iguales. Debe ser cosa de su cultura o algo.
-          Si lo quieren hacer en su país que lo hagan, pero aquí hay unas normas.

“A cuadros me dejas”.

Esta conversación la tuvieron dos personas delante de mí, sin saber seguramente mi nombre ni mi ascendencia. Y no dije nada. No soy el tipo de persona que se dedica a salvar el mundo ante las injusticias de la gente inepta. Si fuese un superhéroe, igual les patearía la boca, pero tampoco es que me importe demasiado esto. Realmente si me tuviese que parar a enfadarme y reaccionar cada vez que oigo una cosa de estas, o simplemente la intuyo de alguien que sabe quien soy, quizás no saldría de casa. 

Y cosas como estas pasan a diario, y se dicen como quien no quiere la cosa, con convicción y sin siquiera hacer un intento de parecer humor. Yo reconozco que muchas veces hago humor racial con mis amigos, pero es humor. Es como si le digo a alguien negro que come chocolate “cuidado no te muerdas los dedos”. ¿Me vais a etiquetar como racista? ¿Y si nos reímos los dos? ¿Acaso no entenderemos que es una broma y lo diferenciaremos de la realidad? ¿No es absurdo que alguien se muerda los dedos por el hecho de comer chocolate? ¿Y qué hay de la gente que no hace chistes, pero piensa de forma suficientemente estereotipada como para creerse superior intelectualmente a un inmigrante o alguien de ascendencia extranjera? Ya no hablo de la diferencia de clase social entre un pobre y un rico, estoy hablando de la gente que se cree superior por el hecho de ser de un lugar determinado, tener ascendencia de un país o quizás tener un color de piel más claro. 

¿Welcome Refugees pero luego nos pensamos que somos superiores a ellos, que trabajarán para nosotros y que, cuando vengan, les podemos dar un cobertizo, unas herramientas, y ale, a arreglar tuberías que es lo que hacéis los moros? Sé que puede parecer exagerado esto que estoy diciendo, pero desde luego habrá quien lo verá lo más normal del mundo, y eso es lo que me quema por dentro. 

¡Por el amor de dios, si soy el primero en reírme cuando alguien me hace un chiste sobre el hecho de que no coma jamón! ¡Pero odiar a alguien por algo que no puede controlar, es del todo absurdo! Es como si yo odiase un árbol por el hecho de estar arraigado en la tierra, o un pez por el hecho de vivir en el agua. 
Esto por ejemplo, también me hizo mucha gracia. 

Pues bien, hay una diferencia grande entre hacer una broma entre colegas, y decir una afirmación de forma seria a alguien que además te da la razón. Es como si un médico dijese a su colega de consulta “todos los negros tienen sida, no hace falta que le hagas esa prueba”, o una asistenta social dijese “es gitano, mejor quitamos el hijo a los padres, que deben ser delincuentes”, o como si en una tienda dijesen “¿el pasillo de la fruta? Mejor le llevo al de los frejoles que es más para usted”. Esto me recuerdo a un comentario de una persona, que al ver un niño con obesidad, lo primero que pensó y así nos lo hizo saber, era que lo mejor era esterilizarlo para que no tuviese descendencia. Y no diré el cargo que ocupaba ni tampoco el lugar en el que lo dijo, porque lo dejaré para otra entrada en la que trate el tema más en profundidad.

Como si me dijesen a mi “el jamón es típico de aquí, así que, si no lo comes, no eres de aquí”. Y sí, me lo han dicho seriamente.

En el anterior blog de “Los Sin-patria” hablé de la hipocresía de la gente con los inmigrantes o los hijos de los inmigrantes. En este os quiero evidenciar la causa de esa hipocresía, y es que, en muchas ocasiones, los autóctonos de un país, no ven a la gente inmigrante como iguales, y eso es muy triste. Aunque no nos consideremos racistas, si no somos capaces de ver a la gente de otra procedencia, color de piel o nacionalidad, como iguales, sí, realmente somos racistas. Mejor dicho, somos asquerosos y despreciables racistas que no deberían salir de sus casas por el bien de la sociedad hasta que aprendan que los humanos somos todos iguales y merecemos las mismas oportunidades, sin ser estereotipados por motivos de raza, nacionalidad o género.
"Señor cursiva está confuso. Tan confuso que se hiere a sí mismo".

Nos dedicamos a decir a la gente que huye de un país en guerra, que venga aquí, que les recibimos con los brazos abiertos, y a la que llegan, les ponemos una etiqueta, unos estereotipos, y por mucho que no seas así, da igual, te trataremos como lo que eres, inmigrante. Y lo que más duele es que lo haga gente que te acoge, pero que nunca te considerará un igual. 

¿Sabéis? Eso que dicen de "adaptarse al lugar al que vas" es diferente a "integrarse", porque uno es cambiar tu cultura, tu religión, tus hábitos, perder tus tradiciones y que tu yo se pierda en la cultura autóctona, y el otro es coger tus hábitos, tus tradiciones y tu cultura, seguir con ella, y establecer unos límites que te permitan expresar tu forma de ser con libertad, siguiendo así, siendo quien verdaderamente eres.

Y esta realidad duele a mucha gente.