Esta entrada va a estar graciosa, pero quien me conozca,
sabe que no me gusta decir las cosas directamente, tanto para lo bueno como
para lo malo. Así pues, os voy a contar un cuento.
“Lo has vuelto a hacer, mago de las palabras, acabas de captar
la atención de mis sentidos de nuevo”.
La historia se titula “el rey y el mendigo”… no, no, mejor… “el
explotador y el obrero”. Mmm…
EL EXPLOTADOR Y EL PARADO
Típica visión aérea de Gironastán |
Hace muchos, muchísimos años, en un lugar muy y muy remoto
llamado Gironastán, vivía un joven parado con tantos otros. Estos, habían venido
de un país muy lejano a ganarse la vida en la impronunciable ciudad de
Bagdsalt. El protagonista, buscando faena, encontró un lugar donde se ofrecía
trabajo para inmigrantes. Contento y feliz como una perdiz, se fue a apuntar, y
al día siguiente recibió una llamada de un patrón de la obra, que le ofrecía
trabajo para construir uno de los edificios más altos de la ciudad.
La ciudad de Bagdsalt era muy y muy rica porque tenía muchos y muchos yacimientos de petróleo. No obstante, la riqueza estaba muy mal repartida, y de igual modo que había muchos ricos, también había muchísimos pobres que no tenían dinero para vivir sin que su trabajo se pudiese dejar de considerar como una esclavitud moderna. Además, tampoco había derechos laborales para estos pobres asalariados, y cuídese alguno que quisiera reivindicarlos, pues sería deportado a su país de origen.
Nuestro protagonista, al que llamaremos Abdul (porque me
parece un nombre sonoramente gracioso), se presentó a su lugar de trabajo el
día que debía, y empezó a trabajar, 12 horas al día, 7 días a la semana, 30
días al mes, 12 meses al año. Todo con un sueño, llegar a trabajar lo suficiente
para algún día poder ser considerado un ciudadano de Gironastán.
Aquí está Abdul recogiendo vete tu a saber qué. |
No obstante, lo que no sabía era que el propietario de la
empresa en la que trabajaba, Karim Bahalacara, también conocido como “El
Usurero”, no tenía pensado permitir que ninguno de sus trabajadores consiguiera
la nacionalidad y, por tanto, los derechos del país. ¿¡Qué locura sería esa!?
Eso sí, cada viernes, Karim no faltaba a la Mezquita a rezar, no vaya a ser que
se le olvide pedir perdón por ser un ser ruin.
Así invertía el dinero Karim El Usurero |
Nuestro Abdul siguió trabajando sin descanso hasta que
falleció y su cuerpo fue enviado a su país sin ser nunca así, considerado un
habitante de Gironastán.
Su hijo, Marwan, sabedor de la historia, viajó a Gironastán
para ganarse la vida como su padre. Este, no obstante, no era como su
progenitor, pues era conocedor de la lucha de clases, y que esta, por mucho que
la pintasen de colores bonitos, siempre era existente en un país capitalista
como Gironastán.
Una vez allí, fue directamente a la empresa de Karim El
Usurero, y vestido con sus mejores galas, pidió hora con él, haciéndose pasar
por un gran inversor.
Típica sala de espera de Gironastán con sus bailarinas del Raluy |
Su plan era acabar con la vida de la persona que había
explotado a su padre y se había aprovechado así, de tantas otras personas.
No obstante, mientras esperaba en la sala de espera, vio una
chica que se acercó a él y se sentó a su lado. Sin saber quiénes eran,
empezaron a hablar entre ellos, y siempre con el pretexto de ser un inversor,
Marwan descubrió que ella era la hija de Karim El Usurero. Tenía delante la
persona más importante para el hombre al que más odiaba, un disparo difícil de
fallar.
No obstante, algo pasó en esa conversación que llamó la
atención a Marwan. Resulta que la hija de Karim El Usurero, pese a ser consciente
de que su padre explotaba a sus trabajadores, tenía la concepción que estos
eran libres, y que si trabajaban en esas condiciones laborales era porque ellos
querían, no porque el sistema les obligase. Tampoco creía que las condiciones
de trabajo fuesen tan duras, ni veía malestar alguno en las caras de los
trabajadores, puesto que, si tenían algún problema, se podrían haber quejado.
En definitiva, que Gironastán estaba muy bien, y que ellos iban allí a ganarse
la vida como buenos pobres.
Fue en ese preciso instante que Marwan confesó ser quien era, opción que nunca debió haber seguido. Pasó de ser considerado un rico más en aquel pastel de cerezas, a ser echado cual hormiga ante un insecticida.
Marwan, horrorizado ante tales palabras y sorprendido por la
concepción de “libertad” que tenían en aquel país, entendió algo que nunca
olvidó jamás y que se repitió en el camino de vuelta hacia su casa una vez
descartó su plan.
Los ricos nunca verán al pobre como un humano igual que
ellos. Los pobres nunca creerán que puedan llegar a ser igual que los ricos. En
definitiva, el sistema crea personas que más que vivir, lo que más anhelan es
ganar dinero.
PD: Las mil y una noches, un relato que se quedó corto.