Hola, ¿qué tal lector?
“Bien, Omar, aquí
andamos, perdiendo el tiempo leyendo este blog, como cada jueves, y tú qué t…
bueno, da igual, lo ibas a contar de todos modos…”.
Yo bien, gracias por preguntar. Hoy cumplo un año de operado después de llevar gafas durante 20 años. Pero bien. De hecho, hoy no venía a
hablar de mí. Vengo a contar una historia sobre los Reyes Magos. Sí, sí. Los
que habéis leído otras entradas, entenderéis a qué me refiero, y los que no,
pues ya lo iréis pillando.
El otro día pensaba en cuando mi padre me contó que los
Reyes Magos no existían. Qué desolación me invadió por dentro (de hecho, no fue
tanta, fue raro, pero no me entristecí ni nada). Esta historia ya la resumí en
medio de una entrada, que os animo a leer.
La cosa es que, pese a que sabía que los Reyes Magos eran mi
padre y mi madre, en el fondo siempre tenía esa ilusión de niño pequeño de
pensar que los regalos eran fruto de la magia, y que, de algún modo, la noche
de Reyes tenía algún secreto místico.
No obstante, la vida para los pobres, es como una temporada
de Juego de Tronos. Empieza suave, tranquila, hasta aburrida, y al final, <<PAM>>,
decapitación al canto. En el caso de los Reyes Magos, te das cuenta que si no
regalas tú, no hay regalos, así que la “magia” se rompe totalmente. A tomar por
culo el misticismo, las cartas, los pajes y toda la mandanga.
Lo mismo pasa con tantas y tantas cosas en la vida. Nos
ilusionamos, como es normal, con tonterías. Luego nos damos cuenta que no, que
es imposible, nuestro lado racional nos indica que es inviable. Aún queda algún
resquicio de esperanza en nuestro cerebro (a los ilusos nos pasa más y es peor,
cual heroína para un adicto). Y finalmente, viene, o la hostia de frente, o
bien…
“¿O bien…?”.
Comprar los regalos.
Básicamente lo podríamos resumir
en que, a veces es mejor cerrar una puerta de la que sabes que no va a entrar
nadie, y abrir una ventana para que entre el aire fresco, que quedarte
esperando y mirando la luz que asoma tras esa puerta que ya sabes que no lleva
a ningún lado.
La realidad es como un agujero
negro del que, si no te acercas demasiado, puedes vivir en una falsa felicidad
de ensueño e ilusión. Si te acercas un poco, notas el ralentí del tiempo y la
deformación del espacio. Y al final, si te metes en el horizonte de sucesos, es
cuando te das cuenta que todo ha sido una auto-mentira.
El ejemplo del agujero negro queda
mejor de lo que nos pensamos. Si uno se acerca a un agujero negro, el tiempo
pasa más lento para él, pero más rápido para los demás. Es como cuando uno se
come el coco, que parece que todo deba ser un drama, cuando en realidad, es una
inmensa chorrada enorme visto en perspectiva.
En definitiva. Los Reyes Magos no
existen, es una putada, pero es verdad. Cuando somos niños, está bien creer en
ello, y más si vivimos en sociedad y el resto de críos también creen en ello.
Eso sí, hay que saber que cuando uno crece, las ilusiones también cambian, el
mundo se vuelve más áspero quieras o no, y las perspectivas dejan de ser tan bonitas.
De ahí la frase del Maestro Aemon
a Jon Snow “Mata al niño, Jon Snow, mata al niño y deja nacer al hombre”.
“Me encanta porque acabas con una cita celebre”.