Esta última semana he estado con el equipo de la
Universidad de Girona, en una competición de debate que se disputaba en
Valencia. Concretamente era el capitán, pero al fin de cuentas todos acabamos
asumiendo el rol que hacía falta cuando es necesario, y es aquí donde empieza la historia.
La Universidad de Girona llevaba dos años seguidos llegando
a las semifinales de la competición, y este año nos podíamos dar con un canto
en los dientes si repetíamos por tercera vez las semifinales. Aun así, al
principio de la competición no todo dependía de nosotros, sino que el resto de
equipos también jugaba un papel importante en esta difícil tarea.
Habíamos estado trabajando las líneas argumentales desde
febrero, y el trabajo era evidente en tanto que nunca anulamos ninguna
preparación y nos dedicamos a hincar codos desde el principio. Renunciamos a muchísimas cosas y mucho tiempo para preparar todo. No obstante,
hasta que no estás ahí, delante del público y el jurado, por mucho que prepares
algo, puede que no salga como te lo esperabas.
Así pasó, el primer debate lo perdimos, y por poca diferencia, pero lo perdimos. La Universidad Politécnica de Valencia hizo un muy buen debate. Para entender la importancia del asunto, hay que
comprender la estructura de la liga de debate de la que hablo. Consiste en una
competición con dos grupos de liguilla, de siete equipos cada grupo. Los dos
primeros equipos mejor posicionados se clasifican para las semifinales, y por
cada fase de grupos, cada equipo ha de competir en 4 debates, de manera que un
equipo con dos derrotas tiene prácticamente imposible clasificarse.
Habiendo perdido el primer debate os podéis imaginar que los
ánimos del equipo no fueron demasiados, pero sabíamos que por perder un debate
no quedábamos fuera. Era algo que nos podíamos permitir relativamente, y que si
ganábamos el resto de debates podíamos clasificarnos para semis. No dependíamos de nosotros solos, pero podíamos lograrlo.
Y así hicimos. Nos pusimos a trabajar duro en ello toda la
tarde, y trabajamos muchísimo todos los aspectos que habían fallado. Nos
reorganizamos y empezamos a focalizar esfuerzos donde era necesario ponerlos.
Una derrota no acabaría con nosotros.
Al día siguiente tuvimos el segundo debate. Y sí, volvimos a perder por un estrecho margen, esta vez contra la Universidad Pompeu Fabra. Imaginad la impotencia, la rabia y la tristeza
de nuestras caras. Clasificarse para semifinales ya parecía imposible y lo más
sencillo y sensato era bajar los brazos.
Habíamos trabajado mucho y ya no llegaríamos donde queríamos. Símplemente no podíamos.
En esta foto estamos penúltimos, pero luego la URV ganó a la URL y nos avanzó. |
Habíamos trabajado mucho y ya no llegaríamos donde queríamos. Símplemente no podíamos.
Y es aquí donde entra Sam Sagaz:
“Pero henos aquí. Igual que en las
grandes historias, las que realmente importan, llenas de oscuridad y de
constantes peligros, esas de las que no quieres saber el final por que… ¿cómo
van a acabar bien?
Pero al final todo es
pasajero, como estas sombras, incluso la oscuridad se acaba para dar paso a un
nuevo día y cuando el sol brilla, brilla más radiante aún.
Esas son las historias
que llenan el corazón, porque tienen mucho sentido, aun cuando eres demasiado
pequeño para entenderlas, pero creo, que ya lo entiendo, ahora lo entiendo, los
protagonistas de esas historias se rendirían si quisieran, pero no lo hacen, siguen
adelante, porque todos luchan por algo”.
En efecto, todos luchábamos por algo. Éramos un equipo y
equipo íbamos a acabar, así que decidimos acabar la liga de debate de forma
digna pese a no tener posibilidades de llegar a semifinales después de dos
derrotas. Pero el caprichoso destino siempre guarda una última bala en la
recámara, la que los desesperados usan para acabar con su sufrimiento y los
valientes intentan jugar a su favor.
Así pues, esa tarde nos dimos cuenta que, si ganábamos los
dos últimos debates con suficiente diferencia, por una carambola de aquellas
que solo pasan una de cada mil veces, podíamos entrar a semifinales. Esto nos
pilló cuando ya estábamos trabajando para acabar dignamente la liga, y solo
hizo que nos lo tomásemos más enserio. Obviamente éramos conscientes de la
dificultad de algo así. Era una auténtica proeza desbancar a los dos únicos
equipos que habían ganado dos debates y solo habían perdido uno, nosotros que
los dos que habíamos disputado en ese momento, los habíamos perdido. Y como
proeza que era, nosotros simples mortales, no acostumbrados a grandes ni heroicas
gestas, no sabíamos sí podríamos o no.
Y pese a esa desconfianza luchábamos por algo, algunos incluso por alguien, lo cual nos
daba fe para seguir adelante. Además, puede que no confiásemos en nosotros
mismos, pero confiábamos en nuestros compañeros de equipo, y eso es algo de lo
que siempre guardare un buen recuerdo. Un equipo unido, por mucho que pierda,
jamás será vencido.
Pero volvamos a la historia en sí. El mismo jueves teníamos
dos debates, uno por la mañana y otro por la tarde, y estábamos obligados a
ganar los dos con muy buena puntuación, y que como mínimo uno fuese por 3-0 (en
cada debate hay 3 jueces y cada juez emite un veredicto propio, así que uno de
los debates lo debíamos ganar por unanimidad de jueces).
El debate de la mañana fue contra los amigos de la Universidad de Islas Baleares, una gente con ideas originales, que además tenían buena capacidad de oratoria y su argumento tenía buenos puntos. Por nuestra parte,
habíamos practicado muchísimo la oratoria y habíamos perfilado al mínimo
detalle el argumento. Ese debate al final lo ganamos 2-1. El resultado nos
obligaba a ganar el de la tarde por 3-0, pero el hecho de pasar de ser colistas
de grupo con ninguna victoria, a jugarnos el pase a semifinales en un solo
debate, consiguiendo así igualar el mejor resultado de nuestra universidad en
la competición, nos dio el refuerzo anímico que nos faltaba para acabar de
afrontar las últimas horas previas al debate.
Sí, sí era posible lograr lo que el día antes era
impensable. Del pozo miramos al cielo y pensamos “esas estrellas han de ser
mías”, y avanzamos. Toda la tarde trabajamos en mejorar los argumentos,
arreglar detalles y practicar la oratoria, corregir tics, etc. No nos dimos por
vencidos en ningún momento. Sabíamos que ganar 3-0 a la segunda mejor universidad
del grupo, que había ganado todo y que solo había perdido un debate por un
ajustado resultado, era algo muy y muy difícil, pero para nada imposible, porque
ni antes éramos tan malos, ni ahora éramos tan buenos.
Empezamos el debate contra la Universidad Ramón Llull, y casualmente el argumento del rival era similar al nuestro pero opuesto, y con menos explicaciones, ejemplos y metáforas. Ellos no se lo esperaban, nosotros tampoco,
pero íbamos a muerte a por la única luz de esperanza en la oscura cueva en la
que nos encontrábamos.
Como capitán me dio la sensación que ganábamos pero que
difícilmente conseguiríamos un 3-0. Ellos eran muy buenos oradores, y eso
dificultaba más la faena de convencer al jurado que nosotros éramos mejores en
el debate. Cuán fue mi sorpresa cuando el cabeza de jueces nos dio las
puntuaciones y vi obrada la gesta. Habíamos ganado 3-0 y pasábamos a
semifinales. En ese momento mantuve la mente fría, saludé a la capitana rival,
le di la enhorabuena por el trabajo que habían hecho durante la liga, y
felicité al equipo rival por el trabajo hecho. Realmente lo hice con completa
sinceridad. Cuando pierdes, es cuando valoras el trabajo que cuesta ganar, y
cuando luego ganas, entiendes por lo que pasa el rival al perder. Es otra de
las lecciones que aprendimos en esta liga.
Al llegar donde mis compañeros, exploté en júbilo. Lo
habíamos logrado. Habíamos superado la fría y oscura noche, y el sol empezaba a
brillar. La sensación era indescriptible. Todos lo habíamos pasado mal, y en
ese momento toda la tensión de los últimos días se acabó liberando en una
explosión de felicidad. Felicidad en equipo, que se disfruta más y mejor.
Volvimos al hotel, preparamos la semifinal (que además nos
tocaba con nuestros amigos de la Universidad Jaume I a quienes mando un saludo desde aquí), y fuimos a dormir
pronto. Sabíamos que el camino había sido duro, pero que aún nos faltaba un
último paso, quizás el más duro.
Nos levantamos temprano. Era la última jornada de liga de
debate, y pasase lo que pasase, ya habíamos logrado lo imposible, aquello por
lo que cualquiera hubiese tirado la toalla. Nosotros no. Teníamos la ilusión de ver al sol brillar con más fuerza después de la noche oscura.
El debate de la semifinal fue muy reñido y desde el público no sabía sinceramente quien iba a ganar. Imaginad la sorpresa cuando me dijeron los jueces que nos daban la victoria a nosotros. Después de tanto trabajo y
tantas penurias, llegamos a la final. La final de la competición de la que
hacía apenas 24 horas éramos colistas absolutos. Increíble.
La final la perdimos contra la Universidad Pompeu Fabra y acabamos siendo subcampeones con un resultado igualado, disfrutando de la final como nunca, y con la gesta ya hecha,el sol había salido, y brillaba como nunca había brillado en Girona. Conseguimos aquello que cualquiera hubiese calificado de “imposible”. Habíamos
escrito el final que todo cuento con un principio terrible, oscuro y tenebroso,
pero con gente maravillosa en él, merece. Luchamos por lo que
queríamos, y lo logramos.
Sin trampa ni cartón, superamos las adversidades y lo hicimos juntos, dejando atrás los reproches y trabajando unidos, remando en una misma dirección, como en las mejores películas. Aquellas en las que salen equipos cuyos miembros son distintos entre sí pero se complementan a la perfección. Aquellas películas en las que los protagonistas fracasan pero lejos de rendirse, vuelven a intentarlo, y muchas veces pese a darlo todo, vuelven a fracasar, pero no se rinden, porque tienen las agallas para seguir luchando porque tienen un objetivo claro.
Y puede que después de tomar otra vez la determinación de luchar, vuelvan a fracasar, pero lo seguirán intentando hasta agotar todas las posibilidades, esforzándose hasta el límite de sus fuerzas, hasta que finalmente logran el objetivo. Es entonces cuando miras atrás y te das cuenta que valió la pena. Todo aquello que perdiste por el camino, todo aquello que invertiste en ello, todo lo que sacrificaste y todo en lo que te apoyaste. Todo eso valió la pena porque lo has logrado, y puede que no logres lo máximo, pero si consigues superar a tu yo de ayer, ya estarás listo para mañana, poder superar a tu yo de hoy.
Sin trampa ni cartón, superamos las adversidades y lo hicimos juntos, dejando atrás los reproches y trabajando unidos, remando en una misma dirección, como en las mejores películas. Aquellas en las que salen equipos cuyos miembros son distintos entre sí pero se complementan a la perfección. Aquellas películas en las que los protagonistas fracasan pero lejos de rendirse, vuelven a intentarlo, y muchas veces pese a darlo todo, vuelven a fracasar, pero no se rinden, porque tienen las agallas para seguir luchando porque tienen un objetivo claro.
Mis 30 segundos de gloria en la entrega de premios. |
Y puede que después de tomar otra vez la determinación de luchar, vuelvan a fracasar, pero lo seguirán intentando hasta agotar todas las posibilidades, esforzándose hasta el límite de sus fuerzas, hasta que finalmente logran el objetivo. Es entonces cuando miras atrás y te das cuenta que valió la pena. Todo aquello que perdiste por el camino, todo aquello que invertiste en ello, todo lo que sacrificaste y todo en lo que te apoyaste. Todo eso valió la pena porque lo has logrado, y puede que no logres lo máximo, pero si consigues superar a tu yo de ayer, ya estarás listo para mañana, poder superar a tu yo de hoy.
Porque en una competición, superas a equipos rivales (y en este caso amigos), pero el
más grande rival eres tú, y superarse a uno mismo es la mayor proeza que se
puede lograr, tanto en una liga de debate como en la vida en sí.
Así pues, esta historia, como conté el jueves en el desayuno
a mis compañeros, cuando aún estábamos en el fondo del pozo, la contaré a mis
nietos algún día. Porque sí, los brazos nunca hay que bajarlos, y mientras haya un resquicio de vida, habrá una esperanza a la que agarrarse.
Pd: Otra de las cosas que he aprendido en mi paso por la liga de debate es que no es racional quejarse de los jueces, porque eso es algo que no se puede cambiar. Es como intentar mover una montaña porque te obstaculiza el paso. Lo más inteligente es rodearla, o en el caso de los jueces, cambiar tu argumento, que en definitiva es lo único que se puede hacer. Si los estudias al detalle y mejoras tu técnica y argumentación hasta la perfección, por mucha antipatía que provoques al juez, acabará aceptando tus argumentos.
Como en el fútbol, quejarse de los árbitros es poco inteligente, lo suyo es entrenar más. El resto son escusas que nos ponemos a nosotros mismos para justificar nuestra pereza o nuestra falta de motivación.