domingo, 8 de mayo de 2016

La reflexiva teoría de la canción jamás cantada, de Omar Habbab


Hará algo más de 5 años, leí “El fantasma de la ópera”. En ese libro, más allá de las peripecias de un señor deformado que secuestra una chica, también se habla de una pieza musical, el “Don Juan Triunfante”, compuesta por el mismo fantasma y que jamás vio la luz. Una pieza musical que según la persona que relata la historia, es quizás la pieza musical más bella que jamás había oído. Desafortunadamente, según la novela, nunca quedaron restos de esa composición y por ello nunca se pudo volver a oír. No olvidemos este punto del relato.

Cuando vamos a la escuela, en clase de historia nos cuentan cómo ha avanzado la humanidad, desde que los primeros homínidos bajaron del árbol para vivir en las praderas, hasta la formación de las primeras colonias, la transmisión de la cultura y el conocimiento, los diferentes mecanismos de escritura que han existido, los inventos que han sido creados por manos humanas hasta la actualidad, y hasta los niños más pequeños se dan cuenta que hemos avanzado muchísimo en las últimas décadas comparado con cómo se vivía antes.

Otro dato que podemos apreciar son las cifras de analfabetismo mundial, que en el último siglo se ha reducido exponencialmente hasta las cifras actuales (86% de alfabetismo mundial).

Tener nociones de lectura y escritura capacita a una persona de aprender y enseñar de forma más eficaz y simple, y no hace falta ser muy ávido para darse cuenta que el progreso de la humanidad en los últimos años ha estado estrechamente ligado a la reducción del analfabetismo mundial.

No obstante, creo que podría ser mejor. Algo me dice que el hecho o no de ser analfabeto no es lo único que permite a una persona conseguir alcanzar un objetivo que ciertamente acaba comportando un avance para la sociedad en su conjunto, y es ahí donde entra el Fantasma de la Ópera, y es que todo el mundo tiene la típica idea, el típico sueño, o el típico proyecto que acaba guardado en un cajón porque no se ve capacitado para llevarlo a cabo por el motivo que sea.

Permitidme volver al ejemplo del Fantasma de la Ópera. Si en lugar de encerrarse en las más profundas cámaras de la Ópera para ocultar su deformado rostro, hubiese decidido salir, mostrarse, y demostrar sus capacidades, seguramente en un principio hubiese contado con el rechazo de la mayoría de personas que le viesen, pero estoy convencido que una vez demostrase sus capacidades musicales y de composición, la gente se hubiese rendido a sus pies. Obviamente es una novela de ficción, pero lo que no es ficción es lo que nos pasa a todos nosotros.

Todos tenemos miedo a que se nos rechace en algún momento por alguna idea que es demasiado loca, quizás demasiado transgresora o puede que incluso inoportuna. Acabamos escribiendo la idea quizás, y la guardamos en un cajón, puede que con la esperanza que algún día reunamos el suficiente valor como para hacerla pública. Yo también me he encontrado muchas veces en esa situación, y es bastante frustrante, porque tengo los cajones llenos de ideas y cuando quiero hacer limpieza al final acabo desechando algunas de ellas pese a que pudiesen ser buenas en otro momento y para otras personas. A todas las mentes inquietas nos pasa.

Ahora, ¿qué pasaría si el primer ser humano hubiese pensado “¿quemar la carne? ¡Qué barbaridad! ¡Así no habrá quien se la coma!”? ¿Hubiésemos llegado donde estamos si los impulsores de las revoluciones hubiesen pensado “¿quitar el poder a los poderosos? ¡Qué locura!”?

Mi teoría es que no. Si somos capaces de tener una idea, plasmarla y darla a conocer, lo peor que podemos hacer es guardarla en un cajón para siempre o desecharla como si no tuviese precio alguno. Al ser humano le hacía y aún le hace falta mejorar sus tasas de alfabetismo, pero también le hace falta recuperar su fe y confiar en sus ideas.

“Muy listo Omar, pero ¿y si Hitler hubiese guardado sus ideas nazis en un cajón? ¿No sería este un mundo mejor?”.

La historia es algo que no se puede cambiar, solo podemos aprender de ella para no repetir los errores del pasado. Punto primero, el alfabetismo nos llevará a la cultura. Punto segundo, la cultura nos llevará a aprender del pasado para no cometer los mismos errores. Punto tercero, la fe en nuestras ideas nos llevará a impulsarlas para hacer de este un mundo mejor. Y punto cuarto y definitivo, la misma sociedad misma se encargará de corregir las ideas que no estén en el lugar adecuado y en el momento adecuado, de otro modo no se avanzaría.


Esa es la teoría de la canción jamás cantada.

La sosa y aburrida teoría del banco de peces de Omar Habbab


A raíz de los atentados de Bélgica, han vuelto a surgir voces reclamando respuestas a la pregunta sobre la causa por la que un chico de aquí de religión musulmana, se radicaliza y mata a gente como él.

“¡Qué huevos hay que tener para que alguien que se ha criado aquí, acabe matándonos!”

Ante todo, esta entrada no es una justificación en absoluto de los atentados. Simplemente un vídeo me abrió el apetito de redacción y una cosa llevó a la otra. No es lo que parece.

“Mi esposa me dijo lo mismo mientras buscaba las llaves del coche de mi vecino en nuestra cama y tuvo que desnudarse junto a él para no manchar las sábanas”.

Concretamente el señor del minuto 5:00 
Nadie sabe ni por qué ni cómo se han llegado a radicalizar de ese modo. Bueno, sí, los supuestos expertos afirman que se radicalizan siendo captados a través de internet, pero antes que alguien se dedicase a captar a la gente por internet, alguien debía captarlo a él. Ahí algunos supuestos expertos afirman que fueron captados en mezquitas.

No es por deslegitimar a esos expertos. Obviamente parte de razón tienen, pero como cargarse internet o cerrar todas las mezquitas no es la solución, aún nos falta indagar más en el tema para comprender el motivo social que lleva a esto. Está claro que un mensaje convincente no es el único motivo por el que alguien va a matar a otros humanos.

“Ya, supongo que como mucho te pueden convencer para votar a un partido que entre en una guerra y así acabar matando indirectamente”.

Pues bien, os voy a contar una parte de mi vida y espero que la cojáis con pinzas porque soy muy melodramático con mi biografía. Al acabar bachiller no entré en la universidad hasta el año siguiente y tuve que hacer un año sabático, que no fue tan sabático porque estudié inglés, me saqué el teórico del carnet de conducir, y tuve mucho tiempo para reflexionar acerca de todo. Para mí fue un año en el que aprendí muchísimas cosas, y aunque suene muy típico de alguien que justifica su fracaso académico, aprendí cosas que no se enseñan ni en la escuela ni encontrarás en ningún libro.

Una de mis reflexiones fue la que llamo “Teoría del banco de peces”. Por aquel entonces solo era una idea que comentaba a algunas personas de mi entorno, pero no me atreví a plasmarla en papel con una extensa y metódica explicación hasta años después.

Los peces forman lo que se conoce como “cardumen” o “banco de peces” cuando se desplazan en grupo a través de kilómetros y kilómetros en el océano. Esto les proporciona ventajas y desventajas. No obstante, también hay peces que se aíslan del banco, y estos también tienen ventajas, e inconvenientes.

La aplicación en la sociedad actual es bien simple y está relacionada con la marginalidad social. La gente que se aleja de la sociedad, según ellos, lo hacen por su bien, mientras que verán la sociedad como algo de lo que alejarse por no poder sacar beneficio de vivir ahí, algo sucio y muy manido. En cambio, la sociedad los verá como individuos desplazados y marginales, nadie sabrá por qué se han alejado con lo genial y fabulosa que es la sociedad, y verá su modo de vida como algo horrendo.

Esta teoría ya la he aplicado en trabajos de la universidad, y algo me dice que mis profesores creen que estoy loquísimo por inventarme algo tal que comparar a humanos con peces. Yo creo que, en definitiva, el comportamiento humano en la sociedad es tan básico que no necesita más que una comparación así de simple para explicarla. No somos peces, pero tampoco nos comportamos socialmente como homínidos.