Tenía una entrada de blog lista desde la semana pasada sobre
Playground para publicar hoy. Y no la voy a publicar.
Hace tres días escribí otra entrada hablando sobre el 11-S y
la diada, y tampoco la voy a publicar de momento.
Imaginad lo meditada que está esta entrada de hoy que he
descartado otras dos de interesantes y mucho más preparadas, porque me arde. Un
fuego dentro de mí arde quemando tras él todo indicio que en mí había un ser
humano con corazón y entrañas, que sufría y se divertía, una persona honrada
que ayudaba a quien lo necesitaba sin esperar nada a cambio. Y se acabó. Ha nacido un nuevo Omar.
Hay momentos en la vida para todo, y creo que este de ahora,
que tengo 23 años y a dos meses y medio de los 24, es un buen momento para
cambiar y empezar a actuar de otra manera. Y lo haré porque si no, nunca
mejoraré como persona, o más bien como individuo.
Os cuento porque igual alguien se ha perdido un poco.
“Sí, cuenta, que encima que tenemos que leer tus problemas
mentales, esperas que deduzcamos las causas de ellos”.
Yo siempre he sido una persona de reír y hacer bromas. El
típico simpático que cuando se cabrea, rara vez, todo el mundo se sorprende
porque llama la atención dado que es una actitud extraña en él. A eso hay que
añadir que no se me ha dado nunca demasiado bien eso de decir “no” a alguien
que pide un favor. Todo viene de cuando era pequeño, apenas tendría 3 años, y
mi padre nos daba de comer a mi hermana y a mí al mediodía para llevarnos por
la tarde al colegio e irse a trabajar. Pues bien, cuando tardábamos mucho o no
queríamos comer, mi padre suplicaba y se inventaba mil y una técnicas para
incentivarnos. Una vez, recuerdo que casi llorando nos preguntó que por qué
habíamos aprendido antes a decir que no queríamos comer, que decir que sí, que
teníamos hambre. Es lo típico que recuerdas de cuando eres muy pequeño porque
te marca.
No se me da bien decir que no a alguien que pide algo, y es
así porque soy suficientemente tonto como para pensar que, si alguien pide
algo, es porque lo necesita y no lo puede hacer solo. Sí, soy muy tonto, porque
además no me gusta pedir favores ni ayuda, y cree el ladrón que todos son de su
misma condición. Y no.
Se acabó lo que se daba. El otro día un muy buen amigo me
abrió los ojos en un momento de desesperación, y me dijo que cambiase, que no
se puede decir que sí a todo, y no se puede ayudar a todo el mundo porque la
vida está llena de gente aprovechada. Y es verdad, porque, aunque no sea
consciente que haya quien se aprovecha de mí, soy consciente que hay quien se
aprovecha de los demás, y, por ende, también de mí.
Aprender a decir que no, no te convierte en peor persona, simplemente
optimiza las acciones que haces y fomenta la autonomía de los demás. Os pongo un
ejemplo. El otro día en el hospital, una mujer autónoma sin problemas físicos,
pidió ayuda para acostarse en la cama, a lo que las auxiliaros me vinieron a
preguntar si era necesario, y al ir a hablar con la paciente, me di cuenta que
no, que no lo necesitaba realmente, que solo quería hablar con alguien, y que,
según la paciente, esa era responsabilidad de las auxiliares, ayudarla.
En definitiva y para acabar ya esta entrada, hay tres tipos
de gente en la vida. Los que se aprovechan de los demás porque creen que vivir
en sociedad tiene sus ventajas y hay que sacar jugo de ello. Los que son
aprovechados, pues necesitan a la sociedad y sienten que, si no se aprovechan
de ellos, no serán parte de la sociedad y se les marginará como inútiles. Y
finalmente los que, ni se aprovechan de los demás, ni dejan que se aprovechen
de ellos. ¿Son estos últimos los que peor viven y que menos vida social tienen?
Os lo diré en un futuro no muy lejano.
PD: Me encanta cuando la gente se da por aludida sobre mis
blogs o creen que hablo de personas en concreto. Significa que lo estoy
haciendo realmente bien. Un ejemplo es la entrada “La historia [no tan bonita] de amor [no tan ideal]”, que no habla
de mi lamentable vida amorosa, sino de una película que os recomiendo,
llamada “500 days of Summer”. Así que
no hagáis demasiado caso a las cosas que escribo, que se me da muy bien
montarme mis películas, y además, difícilmente admitiré alguna semejanza de alguien con algo. La vida no es una obra de ficción, lo lo olvidéis.