Bien. Tenía preparada una entrada de blog brutal y agresiva
en la cual me desahogaría por ciertos acontecimientos de mi vida. Todo ello de
forma políticamente correcta, claro está. Aun así, creo que no voy a publicar
jamás esa entrada (como otras que quedarán en “borradores” para siempre).
Hoy os voy a contar una historia de amor entre un chico y
una chica. Sí, lo sé, podría haber dicho entre una chica y una chica, o entre
un chico y un chico. Espero que el hecho de hacerlo entre una chica y un chico
no ofenda a ninguno de mis lectores gay.
Volviendo a la historia, digamos que este chico y esta chica
se conocieron por una de esas cosas que suceden en todas las historias de amor
fantásticas y que resulta que son tan increíblemente apasionantes que luego se
escriben libros y entradas de blogs políticamente correctos.
“Buah, Omar. ¿Se viene entrada pastelosa? Yo me voy antes
que…"
Espera.
Típico acontecimiento adjudicado a algo más que el simple
azahar por el que se creó la palabra “destino”, dos personas se enamoran y
tienen una relación que dura un tiempo determinado, son felices y puede que
jamás nunca se acabe su amor. Genial, fantástico. Qué historia tan bonita. Me
encanta. Creo que me dedicaré a escribir un libro de 500 páginas de cómo esta
pareja mantiene relaciones sexuales sadomasoquistas y lo titularé “400 sombras
de…”, ¿Gray? No. Mejor que sean 500.
Perdonad mi difamación. Volviendo a la historia de amor,
digamos que chica y chico tienen diferentes conceptos de la relación que
mantienen. Una lo ve más como una amistad. El otro lo ve más como una relación
unida por el destino que además será inquebrantable y seguro que tienen muchos
hijos porque claro, resulta que el otro día hablaban de una serie de conceptos
terminológicos sobre la concepción y coincidieron en ciertos aspectos en la
materia, y además la fertilidad es un término que ciertamente…
Vamos, que mientras una no pensaba en una relación seria, el
otro se flipaba un poquitín.
No obstante, el hecho que el chico se flipase echó a la
chica atrás, y le dejó claro los términos de su relación contractual, cosa que
entristeció al chico. Así pues, la chica y el chico se distanciaron, y el
chico, que como buen iluso ya se había ilusionado, se deprimió seriamente, cosa
que después repercutió en su trabajo, en su trato con los amigos, su familia,
etc. Vamos, que se sentía muy y muy mal y realmente le afectó mucho.
Por su lado, a la chica no le pareció importar demasiado
pues ella nunca lo vio como una relación estable ni seria, y por esa condición,
tampoco le costó demasiado conocer a alguien más que ocupase el sitio de
nuestro protagonista, con quien esta vez sí mantuvo una relación seria hasta el
punto de casarse, tener hijos, y todas esas cosas tan protocolizadas que toda
persona seria y normal ha de hacer en la vida para ser respetado por sus
iguales.
Pero volvamos a la historia del chico. Este al ser un
flipadillo de la vida, no pudo rehacerse del golpe, y vagó y vagó por las
calles, buscando una pared donde apoyarse. Se apoyó en alguna barandilla, pero
cuando lo hacía, se daba cuenta que jamás encontraría una pared tan segura como
de la que había dependido tiempo atrás. Y vagó y vagó. Triste y sin ánimo
alguno vagó por las calles de la soledad sin saber dónde hallar una luz de
esperanza que le ayudase a tirar adelante. Perdió su faena, se distanció de sus
amigos y se dedicó a su decadencia.
Pero oh, casualidad de la vida. Resulta que el hecho de
perder la faena le impulsó a buscar otra, en la que, oh casualidad de la vida,
encontró una chica. Fue entonces cuando se dijo a sí mismo “esto debe ser el
destino, nada pasa por casualidad”. Pero cierta sombra del ayer invadió su
mente y corrompió la idea que había ocupado su masa encefálica.
“No es el destino” se dijo. “El destino no existe. Si no
hubiese perdido la faena, jamás hubiese venido a buscarla aquí, y jamás hubiese
conocido a esa chica. Además, puede que esa chica tampoco sea lo que busco
realmente. El mundo está lleno de oportunidades y personas con quien congeniar.
Simplemente hace falta el suficiente valor y autoestima para salir ahí, a la
jungla de la sociedad, a tantear la suerte, y quien sabe si algún día, entre
esas oportunidades encuentre una que realmente esté hecha a mi medida. Seré yo
el que la encuentre. No puedo esperar a que un ente llamado “destino” lo haga
por mí”.
Fue entonces cuando nuestro protagonista halló la respuesta
en sus propios errores y supo sobreponerse a las adversidades del destino para
alcanzar el éxito (concepto un tanto relativo) en las facetas que se propuso a
partir de ese día.
“Bueno, final feliz para todos. Ahora cuéntanos, ¿a qué
viene esta historia?”.
Si la cáscara del huevo no se rompe, el polluelo morirá sin
haber nacido.
“¿Esa es tu respuesta? ¿Solo eso?”.
No creo que se necesiten palabras para describirlo
realmente. Solo hay que salir y verlo con tus propios ojos. No dejes que los
demás lo vean por ti.