jueves, 12 de enero de 2017

¿Querer o no querer? Esa es la cuestión.

Jajajaja ¡Muere Cupido, muere!
Antes que me odiéis eternamente por el título, lo sé, soy un blasfemo shakespeariano. Dicho lo cual, vayamos a ahondar en el tema que nos ocupa en esta entrada.


¿Querer o no querer? ¿Hacernos daño o ser cobardes? ¿Qué tipo de ser establece la invisible franja que divide el querer a alguien, o ser un cobarde por ni tan solo intentarlo? ¿O es, acaso, el querer a alguien, algo involuntario?

“Ahonda, ahonda, que me interesa”.

Si revisamos una entrada anterior (cuyo vínculo pondré aquí pero para los más vagos, resumiré), y respondiendo a la última de las cuestiones planteadas, no. Querer no es algo involuntario. Enamorarse quizás sí, pero de ahí a querer, con defectos y virtudes, no. Pongamos un ejemplo. Yo me enamoro, y veo a doña perfecta. Yo quiero a alguien, pese a sus defectos, comprendo que yo también los tengo (vaya, sorpresa, no soy el blogger demiurgo y perfecto que muchos creían), y por eso la quiero tal y como es, aunque sea una loca chiflada que frecuenta los cementerios para practicar la necromancia. Bueno... No tanto. Igual ahí ya me daría un poco de repelús.

Establecido el límite de lo que es querer, vayamos más allá y profundicemos el hecho de que sea algo voluntario. Una persona enamorada puede desenamorarse, o puede aceptar los defectos de la otra persona. Eso requiere cierto grado de madurez y autoconocimiento, pero también pide iniciativa, y si una persona no quiere querer a otra, no lo hará por mucho que haya estado enamorado.

“Anda, pues visto así, sí que es verdad, sí. Pero... un momento... ¿qué es el amor entonces?”.

Oh, la pregunta del millón que cientos de miles de personas han intentado explicar con hojas y hojas de prosa. Yo lo explicaré en un párrafo.

Pongamos que hace un frío que pela y queréis tomar algo calentito. Preparáis un Colacao, pero quedan grumos y sois de ese tipo de persona a la que los grumos les molesta (sí, el físico también importa, no nos engañemos). Lo bebéis, y empecinados a conseguir la fórmula para que el Colacao os salga sin grumos, hacéis otro. Y otro. Y otro. Cuando ya parece que se os acaba el Colacao y vuestras entrañas van a reventar de tanto beber, desesperados por crear el Colacao de vuestra vida, pegan en la puerta. Alguien os trae Nesquik. Eso es el amor. Descubrir una y mil veces lo que no funciona, hasta que comprendes qué es verdaderamente lo que buscas, lo encuentras y entiendes que es lo que querías. Por eso el amor de los padres tarda 9 meses en gestarse. Por eso el amor y el desamor están ligados.

Pero vayamos más mar a dentro, pues el océano de posibilidades es enorme, y no es oro todo lo que reluce. El amor y, por lo tanto, el hecho de querer a alguien, puede doler, y los desengaños son la cima del precipicio por el cual podemos caer y llevarnos una hostia del copón. Esto suele pasar a medida que conocemos a la otra persona, y por ello es importante conocerse a uno mismo antes que conocer a los demás.

“Pero vamos a ver, conocerse a uno mismo es imposible. Hay gente que hace viajes o requiere psicólogos y meditación para ello”.

Esa es una de las grandes mentiras de nuestra sociedad y está apoyada sobre la cultura del autoengaño. Desde que nacemos nos engañamos para pensar que somos de la manera que nuestros padres, profesores o ídolos, quieren que seamos. Vivimos años forjando una forma de ser que no es la nuestra, y enterrando nuestro yo debajo de una pila de escombros que nos convierten en lo mismo que los demás, solo y únicamente para encajar. Y luego nos dicen cuatro iluminados “es que no te conoces”, “es que no te quieres”, “es que no te cuidas”, “es que no piensas en ti”. Y yo les digo, CLARO QUE NO, JODER, CLARO QUE NO.

Nacemos y nos dicen que no lloremos, crecemos y nos dicen que seamos buenos, maduramos, y la infinita lista de cosas que debemos hacer engloba estudiar, trabajar, conseguir pareja, crear una familia, comprarse una casa, un coche, etc. Hasta que nos hacemos viejos y nos damos cuenta que todo ha sido efímero, que ya nada sirve para nada, y que hemos vivido toda la vida engañados. O no nos damos cuenta hasta que vamos a morir.

Imaginaros a vosotros, con 80-90 años, en la cama de un hospital, viendo que, primero, vuestros hijos están trabajando, vuestros nietos están estudiando, que los coches que comprasteis no os sirven de nada, que vuestra casa está vacía sin vosotros, y que vuestra pareja puede que siga con vosotros o puede que no. Ya nada sirve de nada. ¿Pero ha servido en algún momento?

Vivimos engañados. Sabemos quién somos, lo hemos sabido siempre, hemos sabido lo que queremos, y nos han intentado engañar. Somos lo más valioso que tenemos. SOMOS LO MÁS VALIOSO QUE TENEMOS.

“No sé si ha quedado claro eso último, ¿podrías repetirlo un par de veces más?”.

SOMOS LO MÁS VALIOSO QUE TENEMOS. Vale, ya. Creo que ha quedado claro.

Si no nos queremos a nosotros, ¿cómo diablos vamos a querer a alguien? Si no nos conocemos a nosotros mismos, ¿cómo diablos vamos a vivir sin tener un desengaño?

En definitiva. Querer, sí. Pero primero, ante todo, querernos a nosotros, aceptarnos como somos, y luego ya, si eso, si precisa, pues querer a los demás. Sin prisa tampoco, no queramos correr con estas cosas, que las carga el diablo.

 Y si no, recordad, todo el mundo es prescindible para todo el mundo menos nosotros mismos.