Jajajaja ¡Muere Cupido, muere! |
Antes que me odiéis eternamente por el título, lo sé, soy un
blasfemo shakespeariano. Dicho lo cual, vayamos a ahondar en el tema que nos
ocupa en esta entrada.
¿Querer o no querer? ¿Hacernos daño o ser cobardes? ¿Qué
tipo de ser establece la invisible franja que divide el querer a alguien, o ser
un cobarde por ni tan solo intentarlo? ¿O es, acaso, el querer a alguien, algo
involuntario?
“Ahonda, ahonda, que
me interesa”.
Si revisamos una entrada anterior (cuyo vínculo pondré aquí pero para los más vagos, resumiré), y respondiendo a la última de las
cuestiones planteadas, no. Querer no es algo involuntario. Enamorarse quizás
sí, pero de ahí a querer, con defectos y virtudes, no. Pongamos un ejemplo. Yo
me enamoro, y veo a doña perfecta. Yo quiero a alguien, pese a sus defectos,
comprendo que yo también los tengo (vaya, sorpresa, no soy el blogger demiurgo y perfecto que
muchos creían), y por eso la quiero tal y como es, aunque sea una loca chiflada que frecuenta los cementerios para practicar la necromancia. Bueno... No tanto. Igual ahí ya me daría un poco de repelús.
Establecido el límite de lo que es querer, vayamos más allá
y profundicemos el hecho de que sea algo voluntario. Una persona enamorada
puede desenamorarse, o puede aceptar los defectos de la otra persona. Eso
requiere cierto grado de madurez y autoconocimiento, pero también pide
iniciativa, y si una persona no quiere querer a otra, no lo hará por mucho que
haya estado enamorado.
“Anda, pues visto así,
sí que es verdad, sí. Pero... un momento... ¿qué es el amor entonces?”.
Oh, la pregunta del millón que cientos de miles de personas han intentado explicar con hojas y hojas de prosa. Yo lo explicaré en un párrafo.
Pongamos que hace un frío que pela y queréis tomar algo calentito. Preparáis un Colacao, pero quedan grumos y sois de ese tipo de persona a la que los grumos les molesta (sí, el físico también importa, no nos engañemos). Lo bebéis, y empecinados a conseguir la fórmula para que el Colacao os salga sin grumos, hacéis otro. Y otro. Y otro. Cuando ya parece que se os acaba el Colacao y vuestras entrañas van a reventar de tanto beber, desesperados por crear el Colacao de vuestra vida, pegan en la puerta. Alguien os trae Nesquik. Eso es el amor. Descubrir una y mil veces lo que no funciona, hasta que comprendes qué es verdaderamente lo que buscas, lo encuentras y entiendes que es lo que querías. Por eso el amor de los padres tarda 9 meses en gestarse. Por eso el amor y el desamor están ligados.
Oh, la pregunta del millón que cientos de miles de personas han intentado explicar con hojas y hojas de prosa. Yo lo explicaré en un párrafo.
Pongamos que hace un frío que pela y queréis tomar algo calentito. Preparáis un Colacao, pero quedan grumos y sois de ese tipo de persona a la que los grumos les molesta (sí, el físico también importa, no nos engañemos). Lo bebéis, y empecinados a conseguir la fórmula para que el Colacao os salga sin grumos, hacéis otro. Y otro. Y otro. Cuando ya parece que se os acaba el Colacao y vuestras entrañas van a reventar de tanto beber, desesperados por crear el Colacao de vuestra vida, pegan en la puerta. Alguien os trae Nesquik. Eso es el amor. Descubrir una y mil veces lo que no funciona, hasta que comprendes qué es verdaderamente lo que buscas, lo encuentras y entiendes que es lo que querías. Por eso el amor de los padres tarda 9 meses en gestarse. Por eso el amor y el desamor están ligados.
Pero vayamos más mar a dentro, pues el océano de posibilidades
es enorme, y no es oro todo lo que reluce. El amor y, por lo tanto, el hecho de
querer a alguien, puede doler, y los desengaños son la cima del precipicio por
el cual podemos caer y llevarnos una hostia del copón. Esto suele pasar a
medida que conocemos a la otra persona, y por ello es importante conocerse a
uno mismo antes que conocer a los demás.
“Pero vamos a ver,
conocerse a uno mismo es imposible. Hay gente que hace viajes o requiere
psicólogos y meditación para ello”.
Esa es una de las grandes mentiras de nuestra sociedad y
está apoyada sobre la cultura del autoengaño. Desde que nacemos nos engañamos
para pensar que somos de la manera que nuestros padres, profesores o ídolos,
quieren que seamos. Vivimos años forjando una forma de ser que no es la
nuestra, y enterrando nuestro yo debajo de una pila de escombros que nos
convierten en lo mismo que los demás, solo y únicamente para encajar. Y luego
nos dicen cuatro iluminados “es que no te conoces”, “es que no te quieres”, “es
que no te cuidas”, “es que no piensas en ti”. Y yo les digo, CLARO QUE NO,
JODER, CLARO QUE NO.
Nacemos y nos dicen que no lloremos, crecemos y nos dicen
que seamos buenos, maduramos, y la infinita lista de cosas que debemos hacer
engloba estudiar, trabajar, conseguir pareja, crear una familia, comprarse una
casa, un coche, etc. Hasta que nos hacemos viejos y nos damos cuenta que todo
ha sido efímero, que ya nada sirve para nada, y que hemos vivido toda la vida
engañados. O no nos damos cuenta hasta que vamos a morir.
Imaginaros a vosotros, con 80-90 años, en la cama de un
hospital, viendo que, primero, vuestros hijos están trabajando, vuestros nietos
están estudiando, que los coches que comprasteis no os sirven de nada, que
vuestra casa está vacía sin vosotros, y que vuestra pareja puede que siga con
vosotros o puede que no. Ya nada sirve de nada. ¿Pero ha servido en algún
momento?
Vivimos engañados. Sabemos quién somos, lo hemos sabido
siempre, hemos sabido lo que queremos, y nos han intentado engañar. Somos lo
más valioso que tenemos. SOMOS LO MÁS VALIOSO QUE TENEMOS.
“No sé si ha quedado
claro eso último, ¿podrías repetirlo un par de veces más?”.
SOMOS LO MÁS VALIOSO QUE TENEMOS. Vale, ya. Creo que ha
quedado claro.
Si no nos queremos a nosotros, ¿cómo diablos vamos a querer
a alguien? Si no nos conocemos a nosotros mismos, ¿cómo diablos vamos a vivir
sin tener un desengaño?
En definitiva. Querer, sí. Pero primero, ante todo,
querernos a nosotros, aceptarnos como somos, y luego ya, si eso, si precisa,
pues querer a los demás. Sin prisa tampoco, no queramos correr con estas cosas,
que las carga el diablo.
Y si no, recordad, todo el mundo es prescindible para todo el mundo menos nosotros mismos.
Y si no, recordad, todo el mundo es prescindible para todo el mundo menos nosotros mismos.