jueves, 15 de junio de 2017

Muerto el perro, se acabó la rabia

Con este título tan poco animalista que habrá llamado la atención de mis lectores con cánidos como mascota, voy a indagar en lo que es un principio básico de supervivencia humana.

El otro día leía en Forocoches el caso de un chico cuyo perro, Rocky, debían operar porque se había comido unas bragas o algo por el estilo (dice “prenda de vestir”, lo de “bragas” es cosecha propia). El caso es que, en poco tiempo el forocochero recaudó suficiente dinero como para poder pagar la operación de su perro y así se recuperó este.



Pensando en ello, he llegado a la conclusión de que no quiero un perro. Y esto último lo voy a explicar con un ejemplo, como habitualmente hago.

“Bueno, como mínimo esta vez no hablas de amores y calabazas”.

Digamos que me enamoro de una chica y resulta ser recíproco. Somos muy diferentes, pero ahí está el amor.

“Mierda, he hablado antes de tiempo…”.

Yo sé que es recíproco porque ella me lo ha dicho, y además sé lo que siento. No obstante, decido decirle que no quiero nada con ella. Y aquí mi reflexión por qué no quiero perro (de hecho, tengo una tortuga, y aún me parece mucho).

Como he dicho antes, pese a que mis sentimientos sean unos, como percibo que la diferencia entre nosotros es tan abrumadora, decido no tirar adelante, por raciocinio. En esta vida no te puedes guiar nunca única y exclusivamente por tus sentimientos. Eso es algo muy primario y que sirve para diferenciar a las personas con dos dedos de frente, de los que actúan primero, y piensan después.

La cosa es que, si le digo que no a la chica, al cabo de un tiempo, ella encontrará alguien mejor, y yo probablemente (por estadística) también. Ambos llegaremos a ser felices sin necesidad de pasar juntos un tiempo en el que ninguno de los dos está bien, o puede que lo estemos, vayan ustedes a saber.

Soy Toby y mi amo se llama John Wick. 

Pero volvamos a la historia real. A mí me gustan los perros, y veo uno que es monísimo y lo quiero adoptar. Se llama Toby y es asquerosamente adorable. Pero en ese momento, Pepito Grillo me advierte:
- Ojo, Omar. No caigas en la trampa. Tu perrito Toby podría morir en un par de años por cualquiera de las enfermedades típicas de perro, y después de vivir con él, sacarlo a pasear pese al frío, gastarte la pasta en comidas, recoger sus cacas, y muchas operaciones súper caras, moriría, dejándote el corazón roto en mil pedazos. Si quieres ofrecer tu amor a un perro, mejor hazlo a uno que se a de algún amigo tuyo, así te ahorras darle de comer, sacarlo a pasear, recoger sus heces...

Así pues, decido no comprarme el perro.

“Menudo cobarde. Nunca sabrás lo que es tener un perro si no eres capaz de llegar a querer uno pese a los problemas que esto conlleva. Lo mismo con el amor, nunca llegarás a querer a alguien si no eres capaz de amar por miedo a dejar de ser amado”.

Ya está el típico comentario moralista. Pero sí, ahí te doy la razón. No obstante, permíteme refutar tu argumento con un ejemplo claro.

¿Cuántas de las personas que empezaron a jugar a Nintendogs, aún siguen jugando con ello? Nada más que añadir, señoría.