Empiezo situándonos. Tengo un grupo de Whatsapp con dos amigos. Bueno, en realidad tengo muchos grupos de Whatsapp con muchos amigos, pero este es especial. Últimamente con estos amigos nos dedicamos a quedar por Skype (vivimos lejos entre nosotros), y miramos vídeos de 4chan, página mundialmente conocida como una web infame donde los más depravados y locos entran a compartir sus asesinatos, violaciones, torturas... CALMA, EN REALIDAD NO ES PARA TANTO. Es más, es bastante divertido su contenido si sabes diferenciar un bromista de un troll y de un loco de verdad.
<- Aquí un ejemplo
Además, en España hay otro portal del mismo calibre llamado Forocoches, y ciertamente, cuando lees según que entrada, he de reconocer que es imposible no reír.
El caso es que mirando vídeos de hostias, se me ocurrió que, claro, lo que nosotros estábamos viendo, a cierta gente le parecería ofensivo. Y de ahí esta entrada.
Hoy voy a hablar de un tema candente y cuanto menos
importante para desarrollar una vida social harmoniosa con nuestros congéneres.
Sí, hoy hablaré de algo difícil de tratar que a su vez ha traído cola durante años
y que de algún modo se acaba zanjando como algo cuyo límite es imposible
establecer. Grandes humoristas han intentado hablar del tema, pues es algo que ha generado mucho debate siempre:
Hoy hablaré del límite del humor.
Hoy hablaré del límite del humor.
“¿Tú vas a establecer límites al humor?”.
No, hombre. Eso sería como poner puertas al campo. Hablaré
sobre ello, pero primero situémonos.
Vivimos en una sociedad donde lo de “ser simpático” está
altamente relacionado con el sentido del humor y la gracia. De este modo, para
caer bien se suele pensar que lo sencillo es hacer algún chiste, provocar la
sonrisa ajena y ya pues nos echamos unas risas y el ambiente se relaja,
olvidamos que somos seres humanos en una sociedad competitiva que nos hace ser egoístas
y mirar por nuestros intereses, y toda conversación fluye mejor. Esto es lo que
se supone que pasa.
Pero hacer gracia no es sencillo, si no, estaríamos todos
siempre riendo. Hay que encontrar el momento oportuno, en las circunstancias adecuadas,
con la gente correcta, y decir lo propio. Cualquier fallo en estos factores
puede alterar por completo el resultado final del humor. Por ejemplo, soltar un
chiste en un funeral, hacer un chiste de leprosos a un leproso agonizante, o
contar un chiste a alguien que se acaba de levantar a las 5 de la madrugada
para ir a trabajar. Eso son ejemplos de chistes mal hechos y de una clara mala
aplicación del humor para generar risa.
Pero no solo puede fallar eso. Incluso si todos los factores
anteriormente comentados, son ejecutados de forma correcta, puede fallar por
algo que difícilmente podemos calcular. La influencia del contexto cultural en
el interlocutor. Veamos un ejemplo:
Ahí tenemos un gag de Martes y 13 en el que una mujer llora
desconsolada porque su marido le pega. Esto que es tan obvio que no causa gracia
alguna, dependiendo de la época y la influencia de la sociedad en la gente, en
determinados sectores poblacionales sí que generó risa. Y no necesariamente
tiene que ser malo y se tiene que prohibir, simplemente hace falta analizar las causas que llevan a
esto y buscar una solución.
Otro ejemplo:
Aquí vemos una serie de chistes que, dependiendo de
muchísimos factores individuales pueden causar de gracia, hasta pena, pasando
por rabia e indignación. Esta última reacción, la indignación, es patente en
algunos comentarios del vídeo.
Ante esto, nos encontramos con quien defiende este tipo de
humor más “extremo”, amparándose en el artículo 19 de los derechos humanos
sobre la libre expresión. Eso es algo que también vimos después del ataque
terrorista a la revista Charlie Hebdo en Francia, donde tiempo atrás se
publicaron ciertas viñetas que cierto colectivo de cierta religión recibió como
ofensivas.
La cosa que nos trae a esta entrada de blog es, ¿dónde se
sitúa, si es posible, el límite al hacer humor?
Mirad, hacer humor es algo genial porque hay muchas maneras
de travesar la capa cultural que nos cubre y así alcanzar al interior de las
personas, pero la risa es sin duda algo maravilloso, independientemente del
contexto cultural en el que nos encontremos. Establecer un límite al humor es
algo que en una sociedad utópica no se debería hacer, pues no habría conflictos
ni guerras, la gente se aceptaría entre sí pese a sus diferencias, y no habría
lugar para las ofensas públicas ni las humillaciones.
Pero por desgracia vivimos en una sociedad imperfecta, llena
de conflictos de intereses, y el ser humano es muy orgulloso, además que no nos
gusta ser humillados porque valoramos nuestra existencia por encima de la de
los demás por nuestro propio autoestima y supervivencia. Y no es malo en absoluto, lo que sí pasa es que debemos aprender de
ello y entender que no siempre nos podemos reír de un chiste, lo cual no quita
que el chiste se siga haciendo.
Yo de pequeño oía en el colegio chistes machistas, y no por
eso me he convertido en una persona vil que infravalora a las mujeres. Puede
que parte de ello fuese porque aprendí a diferenciar lo que era un chiste de la
realidad, y también porque los mismos profesores, ante la incapacidad de callar
a los que promulgaban los chistes, explicaban que su contenido no era correcto,
y que no le debíamos dar la razón pues solo era un chiste de mal gusto.
“Total, que no hay límite para el humor. Pues vaya…”.
Puede que no haya límite para el humor, pero el límite para reírte
o no, ese lo estableces tú.
PD: Para que veáis lo mucho que me he documentado, podéis ver algunas muestras de humor negro aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, y aquí.
PD2: Recuerdo una anécdota de una clase del máster en la que, en la clase de al lado nuestro hacían un simulacro de accidente donde se oían golpes y gritos, y nosotros desde clase de Gestión de la Investigación, sin saber qué pasaba especulábamos cuando un compañero dijo "tranquilos, debe ser un nuevo Columbine". Morí de risa.
PD: Para que veáis lo mucho que me he documentado, podéis ver algunas muestras de humor negro aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, y aquí.
PD2: Recuerdo una anécdota de una clase del máster en la que, en la clase de al lado nuestro hacían un simulacro de accidente donde se oían golpes y gritos, y nosotros desde clase de Gestión de la Investigación, sin saber qué pasaba especulábamos cuando un compañero dijo "tranquilos, debe ser un nuevo Columbine". Morí de risa.