jueves, 27 de octubre de 2016

¡Hola papá!


Pronto será 13 de noviembre, fecha en la que lamentablemente falleció mi padre hace 2 años, pero siempre he pensado que recordar las personas fallecidas el día de su fallecimiento es una estupidez y un insulto para sus vidas, y es por eso que prefiero recordar que el día 7 de noviembre era el cumpleaños de mi padre. Sí, es algo raro porque son solo 6 días de su aniversario, y precisamente cumplió 66. Y un día 13 falleció. Y no, pese a esto no soy supersticioso. Procuro no serlo.

El caso al que me atañe en esta nostálgica entrada es que, aún recuerdo la cara de mi padre y su voz, pero se me hace muy raro oírla ahora. Se me pone la piel de gallina cuando abro algún vídeo de los muchos que tengo grabados (cosas de ser youtuber) y oigo la voz de mi padre de fondo en alguna toma falsa, haciendo algún chiste o alguna broma de las suyas.

Lo único positivo que debo resaltar de cómo fue todo hace casi 2 años, es que se pudo despedir y le cogimos la mano hasta el final. Esto lo digo básicamente para explicar, que cuando uno acompaña hasta el final a un ser querido, como fue el caso, es diferente a cuando uno no lo hace, y en mi caso no era solo un ser querido, era mi padre, la persona a la que veía cada día de mi vida desde nacer hasta los 21. Él por ejemplo siempre se quedó con la espina de no haberse podido despedir de su padre, que vivía en Siria, al estar tan lejos y haberse enterado tarde de su fallecimiento. 

También he de aclarar una cosa, y es que un acontecimiento de este tipo no se supera. No es algo que puedas decir “ya lo he superado”. No es como cuando se te muere un canario y te compras otro y ya está (por mucho que quieras a tu canario). Un padre es un padre, y cuando en todo recuerdo que tienes desde tu infancia hasta ese momento, tu padre ha formado parte de él, su pérdida es insuperable. Aún y con todo, se sigue adelante por ellos.

Pero cuando llegan épocas del año como ahora, es inevitable recordarles. Y es ahí donde me encontré la noche pasada, en la que me dio por mirar el móvil y ver si encontraba a mi padre en Whatsapp para poder ver su foto de perfil. Cuál fue mi sorpresa al ver que no estaba, había desaparecido de la app. Miré en contactos y ahí estaba. Su número de teléfono seguía guardado. Pensé “¿lo llamo?”.

A decir verdad, ahí se quedó la cosa. Hubiese molado vivir en una novela de ciencia ficción, haber llamado, haber podido oír su voz, y mantener una conversación tonta cualquiera.

Moraleja. Aprovechad ahora. Cada conversación con vuestros seres queridos es lo más valioso del mundo, y las cosas materiales y efímeras no tienen ningún tipo de sentido comparado con charlar con quien queréis.

Ale.