Bajo este extraño y ambiguo título se oculta una realidad, y
es que, en muchas ocasiones, todos y cada uno de nosotros, nos vemos obligados
a ceder en algo de lo que estamos en contra, de igual modo que esperamos que
los otros cedan cuando creemos que tenemos la razón razonable, y puede que no
sea así.
Aún y con esas, es importante ser conocedor del momento
exacto cuándo debemos ceder en una discusión, de igual modo que en una guerra
hay que saber percibir cuando, un acuerdo de tregua es mejor solución que
continuar con la batalla, gane quien gane, e incluso cuando creemos que vamos a
ganar nosotros, pero el número de bajas es demasiado grande.
El otro día pensaba que, si en una discusión, uno cede, está
permitiendo al otro lado llevar a cabo su idea, pese a que puede que sea una
locura, y a veces es hasta conveniente.
“Procura que no sea bélico, que siempre estás hablando de
guerras en tu blog y ya se ha quejado la Asociación de Padres Lectores de Blogs”.
Tenemos un hijo. Usted, yo seré un ser omnipresente en esta
escena que se desarrollará en su cabecita, entre conexión sináptica y conexión
sináptica.
Como decía, tenemos un hijo, y nuestro hijo quiere ir en
bici, a lo que nosotros, encantados de que haga deporte, le decimos que sí, que
la coja y se vaya a hacer unas vueltas al parque, siempre y cuando se ponga el
casco, las rodilleras y las coderas. Él insiste que no, que eso es muy de
pringado (ciertamente es muy de pringado, pero nosotros sabemos que es por su
seguridad). Así pues, nos enzarzamos en una discusión que dura lo suficiente
para cansarnos nosotros. Él no, porque es un niño y todos sabemos que los niños
son expertos en discutir por chorradas. De este modo, cedemos, y le soltamos un
“haz lo que te dé la gana, luego no me vengas llorando” (yo como padre sería muy
coloquial, pero a mí que me llamen “señor padre” o algo arcaico, que mola).
El caso es que nuestro hijo sale con la bici, y en la
primera esquina, con piedras y asfalto, se pega un guarrazo del copón. No le ha
dado tiempo ni a cruzar la calle, que ya vuelve a casa entre sollozos, y con
las rodillas y los codos ensangrentados, despellejados y sucios de mugre
callejera. Yo, ser omnipresente, le atizaría una buena colleja, pero como usted
es un padre ejemplar, no solo le limpiará las heridas y se las curará con la
povidona yodada correspondiente, sino que también le dirá aquello de “¿lo ves? Con
rodilleras y coderas, esto no hubiese pasado. ¿Y si hubiese sido un coche?”.
Perfecto, ha conseguido que el niño tenga un trauma con las
bicis, y desarrolle una agorafobia de mayor, pero bueno, eso no es importante
en esta entrada de blog. Lo importante es que usted cedió, y ahora la historia
(que este ser omnipresente se ha inventado) le ha acabado dando la razón.
Ese es el punto clave. Hay que ceder cuando, sabemos al 100%
que tenemos razón, y cuando las consecuencias de ceder no tienen por qué ser
graves. Para el resto de veces en las que realmente, insistir no es una opción,
hay que ser perseverantes y nunca dejar caer aquello en lo que creemos
realmente.
Esta premisa se puede aplicar en absolutamente toda discusión o controversia que encontremos en nuestra interacción con otros humanos. Tome usted nota.