Hoy hablaré de un tema
serio y que me ha rondado por la cabeza desde pequeño. Espero que lo leáis de
forma objetiva. No tengo intención de criticar a nadie ni pretendo que alguien
se sienta aludido. Simplemente quiero expresar mi opinión sobre algo que me ha
molestado desde que tengo uso de razón y que quizás os puede servir para
comprender como nos sentimos muchos.
Partimos de la base que
vivimos en una sociedad racista. Se pide a los inmigrantes que se adapten, pero
como sociedad prácticamente no se aceptan como uno más. No todos somos considerados
como iguales ni se nos trata por igual y creo que pocas objeciones puede haber
respecto a eso. En caso que alguien discrepe, que me deje un comentario
razonándome por qué cree que la sociedad no es racista.
Veréis, mis padres, como
los padres de mucha y mucha gente, son inmigrantes, y de diferentes partes del
mediterráneo. El caso es que mis raíces son musulmanas y mi nombre es Omar
(nombre árabe) Habbab (apellido sirio) Mohamed (esto ya queda claro de donde
es). Además he nacido aquí, en España, Cataluña, Girona, y he vivido, hablado,
escrito, leído y cantado toda mi vida en la misma región con las mismas
lenguas.
¿Se podría decir que soy
de aquí? Para mucha gente jamás seré de aquí, por más que digan que sí. Algunos,
cuando ven o escuchan mi nombre, me etiquetan como un “islamista radical”.
Seguro que muchas personas se imaginan que vivo en una casa, que las mujeres de
mi hogar son sometidas a la ley islámica, que llevan todo el día velo, que nos
pasamos todo el día rezando y que nuestra vida se basa en los fundamentos del
islam. Puede que incluso haya gente que piense que mi ideología es la de un
islamista radical que quiere el éxito del ISIS por tal de volver a conquistar
Al-Andalus. No entraré a juzgar este tipo de comentarios porque si me tuviese
que ofender por ellos, creo que no saldría de casa.
El caso es que hay quien
cree tener un origen claro, unos abuelos que son de toda la vida de una región,
una nación de origen y unos ancestros milenarios que lucharon en muchas guerras
por quien sabe qué estúpida guerra. Sienten una patria como suya y nadie duda
que son de aquí. Claro, tienen el típico apellido “González”, “Fernandez”, “Pelayo”…
O simplemente se llama “Enrique”, “Fernando”, “Margarita”… El nombre lo dice
todo, ¿no?
Mirad. El hecho que haya
gente de ideología de extrema derecha, que piense que yo no soy de aquí pese a
ser nacido aquí, haber vivido aquí, y no conocer más lugar que este, no me
importa en absoluto. Lo que me causa enfado es la gente que, pese a pensar en
el fondo así, no lo dice, y simplemente te trata con desdén, como si al
llamarte “Omar Habbab”, ya necesitases ayuda para el idioma y creyeses en un
reino de los cielos con 40 vírgenes.
De pequeño veraneaba en
Melilla, y cuando queríamos ir a la playa de Marruecos, en muchas ocasiones
teníamos problemas al cruzar la frontera con una documentación que ponía como
ciudad de origen “Girona”. No por llevar un DNI español, porque a la gente de
Melilla bien les dejan pasar. Era por el hecho de no ser de un lugar que conocían.
Al llegar aquí, como me
llamaba Omar Habbab y veraneaba en Melilla, ya debía ser extranjero. “Un moro
que viene aquí a aprender de nosotros” debió pensar más de una persona. Alguno
pensó igual “vienen aquí a quitarnos el trabajo y las ayudas”. Aún ahora,
cuando me preguntan “de dónde eres” y les digo “de aquí”, me dicen “muy de aquí
no serás llamándote Omar Habbab Mohamed”.
Con 8 años fui a Siria. Lugar
natal de mi padre que vino a España con 21 años y vivió aquí hasta su muerte
con 67. Ahí la gente hablaba en árabe, y la comunicación no era sencilla si no
sabías el idioma. Así pues, tampoco era de ahí, ¿no? Por cierto, mi padre
siempre fue mucho de leer a Bécquer, recitar poemas y escuchar a Julio
Iglesias.
Mi pregunta es. Si no soy
de ahí y no soy de aquí (porque socialmente no se me reconoce como tal), ¿de
dónde soy? ¿Cuál es mi patria? ¿Tengo bandera?
Estas preguntas se las
hacen muchos jóvenes con orígenes similares a los míos y que en ocasiones son
discriminados por la sociedad, por su nombre. Este es el mundo en el que
vivimos mal que le pese a mucha gente, y aunque muchos estén ciegos y no sean
capaces de verlo a causa del velo de un mundo bonito y multicultural que proponen
desde los medios a todo quien lo quiere. Es duro sentirse una persona sin patria
ni bandera. Sin un sitio al que perteneces ni una patria que te represente. Es
difícil ver un mundial de futbol sin saber qué colores son los tuyos. Es
complicado vivir un conflicto como el de Cataluña y España sin saber si
deberías ir con unos o con otros porque eres de aquí o de allí (Una vez quise
opinar sobre la independencia de Cataluña en la página de Facebook de un diario
digital. Me contestó una persona diciendo “si no te gusta, vete a tu país”). No
es fácil no tener gente con tu mismo apellido en clase. E incluso cuesta que al
leer tu nombre en clase o en la lista de espera del médico, no sepan pronunciar
tu apellido. Duele mucho.
Dicho esto, he de decir
que ya hace años que resolví esta cuestión en mi cabeza. Ya os he dicho que me
rondaba desde que era pequeño. La conclusión es que soy de aquí y soy de allí.
No necesito que nadie me diga de donde he de ser para llegar ser feliz. Al
final, te miren como te miren, acabarás encontrando amigos que te aprecien por
tu forma de ser, y no por si te llamas tal o Pascual, si eres de tal origen, o
si tus abuelos eran de tal país. Al final acabas encontrando gente que mira más
allá de tus datos, y se fije en la persona que hay detrás de toda esa carcasa.
Al final puedes ser de
aquí, de allí, y puedes ser feliz. Todos acabamos encontrando un lugar al que
regresar.