miércoles, 2 de diciembre de 2015

Os presento mi libro


Hoy os voy a enseñar algo que para mí es muy importante. Nada más y nada menos que las primeras líneas del libro que llevo escribiendo desde hace unos meses. Estas líneas son simples y de hecho no explican prácticamente nada de la historia en sí, pero creo que son ilustrativas del tipo de texto que me llevo entre manos.
Sin más dilación, os dejo con él, no sin antes pedir que me dejéis vuestra más sincera opinión. Gracias.

“Las tuyas”.


(Aún no tiene título)

"Esta historia empieza donde el resto de historias acaban. Esta es la historia de alguien normal y corriente a quien le hubiese gustado vivir tranquilo y de forma pacífica, mas la vida a en ocasiones nos regala aventuras pese a no desearlas, y como dice el refrán “a caballo regalado, no le mires el dentado”. Empecemos por algo sencillo, apreciado o apreciada lector o lectora. Hagamos un pacto. Un trueque entre usted, que lee, y yo que escribo. Quisiera que si le gusta la historia aquí escrita, aprenda algo de ella. No le pido que la difunda ni que la recomiende (a no ser que le gustase en demasía, en tal caso, obviamente no le barraré el paso). Simplemente quiero que aprenda algo de ella, pues nada me haría más feliz que enseñar algo a alguien que no conozco en persona. Creo que eso sin duda sería lo mejor que usted me podría ofrecer. A cambio, yo prometo explicarle una historia jamás contada, fruto de mi aburrimiento y mi locura, mezcladas a partes iguales en un cazo cuya temperatura de ebullición se consiguió hace años. No estoy loco. Los locos son aquellos que viven influidos por unos parámetros ficticios a los que llaman cultura, y cuyas reglas banales se compaginan de forma clara con la vida y la muerte del individuo. Pero dejémonos de verborrea sin sentido y vayamos a la historia que seguramente usted debe estar deseándolo.
Toda buena historia que se precie empieza en un lugar tranquilo, donde el protagonista se halla en reposo hasta que un violento cambio de trama le obliga a demostrar sus capacidades ante los cambios que suceden en su vida. Pues bien. Esta historia, nuestra historia, empieza en una ciudad muy transitada por coches de muchos colores y tamaños, motos con 2 o 3 ruedas, y autobuses de todo tipo de longitudes. La típica urbe en la que todo funciona según lo calculado, cuyo asfalto es frío en invierno y ardiente en verano, cuyas plantas se vuelven agresivamente lascivas en primavera, e intoxican a los alérgicos, y cuya atmosfera exilió a los pájaros más sensibles hace décadas. Esa es la urbe en la que iniciamos la historia que nos atañe, apreciado lector. Llueve, llueve muchísimo. Las carreteras están llenas de agua. Las alcantarillas no dan abasto para absorber toda esa cantidad de fluidos. Además, el otoño ha hecho que los pocos árboles de nuestra urbe, hayan perdido las hojas, y estas han bloqueado las alcantarillas generando un atasco en las ya de por sí maltrechas cloacas, que se han colapsado. El pavimento es una piscina y los coches que circulan, lo hacen como en su día hizo Moisés al separar las aguas del Mar Rojo. Agua, agua y más agua. Así es imposible circular si eres peatón, a no ser que lleves contigo un buen par de botas que te alcancen las rodillas y, junto a ellas, un chubasquero que te proteja de las inclemencias del tiempo. Agua, agua y más agua. Algún inocente perdido en el desierto oró en la dirección equivocada y en lugar de llover ahí, llovió en donde el agua ya era una moda. Las farolas de las calles que aún aguantan, chispean luces inconexas como si en algún punto de sus circuitos, alguien hubiese extirpado el cable equivocado y en ellas se fuera a detonar una bomba. Los polluelos que vivían encima de más de una farola, han muerto ya abnegados por semejante turba del líquido de la vida, el mismo disolvente en el que hace miles de millones de años, las primeras proteínas formaron la vida según algunas teorías. El agua de la vida, y el agua de la muerte. Y de esa muerte, vuelve a resurgir la vida para morir y renacer.

En medio de la calle, un grupo de jóvenes embriagados por su edad, andan sin protección alguna, con sus ropajes pegados al cuerpo y mojados hasta el tuétano, pero felices y vivos como nadie en esa ciudad. Ciertamente, andar bajo la lluvia sin protegerse le confiere a uno de la capacidad de sentirse libre de todo juicio moral. Sabes que aparentas ser un loco, pero da igual. Estás vivo. Los muertos no sienten la humedad de la lluvia, igual que tampoco la siente alguien con botas, chubasquero y paraguas. Eres un homínido y te sientes como tal, en una ciudad que ha evolucionado muchísimo, en un asfalto realizado con fósiles de seres prehistóricos, y rodeado de coches cuya pieza más natural es la piel de los zapatos del que lo conduce. Nos preguntamos constantemente si somos libres, y puede que la ley nos ampare para serlo, pero jamás lo seremos tanto como alguien que pasea bajo la lluvia, sin miedo a mojarse. "