Suena el despertador. Y, ¿para qué?
Toca levantarse, pero, ¿para qué?
El mundo sigue siendo la misma basura infecta de siempre,
pase un día, otro, u otro más. Siempre el mismo martilleo, siempre la misma
tortura. Todo sigue siendo un caos previsible del que no se puede escapar. ¿O
sí?
Me levanto y busco las zapatillas. Un pie no entra a la
primera. Buen presagio de cómo va a ir el día.
La ducha fría por el calentador estropeado, un desayuno simple,
y a trabajar. La misma rutina día tras día, salvo los fines de semana. Esos se
resumen en salir de la cama y volver a entrar en ella. Sin pareja, con escasa familia,
y menos amigos que los dedos de una mano.
Trabajo, y cuando más trabajo, más me doy cuenta que esto no
es lo mío. Papeleo, números, letras, siempre las mismas caras insípidas,
siempre los mismos chistes sin gracia. Todo siempre igual.
Sales con los amigos y las fiestas ya no son lo de antes. La
gente bebiendo para olvidar que la vida es aburrida y nada de lo que hacen les
llena por dentro. Siempre la misma serenata triste que acompaña sus falsas
sonrisas. Todo se mueve a cámara lenta mientras pierden su vida creyendo que se
divierten. Todo igual.
Voy por la calle y ya no veo árboles. Veo palos donde
colgarme. Ya no veo vasos de vidrio. Veo cristales para cortarme las venas. Ya
no veo grandes edificios. Veo pisos desde donde saltar.
“¡Oh, hola!”
Oigo una vocecilla.
“No soy una vocecilla, soy tu hado madrino, me llamo Omar”.
Debo estar experimentando algún tipo de trastorno que me produce alucinosis.
“No creas, ¿recuerdas el blog ese que leías cuando eras un simple
estudiante y con el que te asfixiabas literalmente de la risa?”
¿Se referirá al blog ese que hablaba de sandeces cada
semana escrito por un loco egocéntrico que hacía chistes malos?
“Sí, ese... Tampoco eran tan malos... Bueno, pues digamos que de tanto leer entradas acabaste
afectado mentalmente, y de algún modo, te inseminaron el cerebro, hasta que nací
yo”.
¿¡Me inseminaron el cerebro!? Ahora sí que alucino.
“No, ¡qué va! ¿No has visto Black Mirror? Pues algo así pero
en plan cutrón”.
¿Y qué pretendes vocecilla?
“Te digo que soy tu hado madrino, si quieres imaginarme,
ponme la cara de Omar, y un cuerpo de hada, con sus alas y su barita. E intenta
no reír”.
Vale, ¿qué pretendes hado madrino?
“Pues evitar que te mates. Porque tu vida vale más de lo que
tú crees para amargarte como lo haces”.
No me amargo yo, me amarga la vida.
“La vida es así, llena de luz, llena de color…”
¿Vas a estar ahí mucho tiempo?
“Lo justo y necesario. Cuando me necesites y para lo que me
requieras. Aquí estaré para velar por ti”.
¿Entonces todo me empezará a ir bien?
“No te engañes, las cosas seguirán yendo como hasta ahora a
no ser que cambies tú. Yo solo estaré para evitar que te hagas daño, porque
recuerda que el peor de los enemigos habita dentro de nosotros, y si le dejamos
vía libre, será cuando habremos caído en sus fauces. Y créeme, siempre nos
quedan demasiadas cosas bellas por vivir, y nunca merece la pena dejar de
hacerlo solo para evitarse sufrir”.
¿¡Cómo le puedes decir eso a alguien que lo ha perdido todo!?
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