Tengo pendiente hablar
de un tema espinoso que me ha pedido un amigo que sigue el blog. Pero hoy no es
ese día (sí amigos, acabo de emular a Aragorn en
El Retorno del Rey, no paro de romper
moldes).
Hace días que me estoy cuestionando qué he hecho con mi vida, qué hago, y qué haré. Cosas de acabar la carrera y cerrar una etapa.
Y cuando miro a tras, veo
que he hecho mucho, que he vivido cosas que jamás creeríais, que el día que
escriba mis memorias, la gente flipará con que a los 22 años tengas las
historias que tengo para contar y que me las haya callado hasta entonces.
Bueno, callado... siempre hay la gente de tu círculo próximo que las sabe y que
en caso de ir todo mal, siempre puede ser tu salvoconducto a la realidad del
día a día.
"Qué pesado estás
últimamente, Omar, a ver cuando vuelves a hablar de dictadores".
Aun
así, hay personas a las que envidio profundamente. Son aquellas que un día
cogen una mochila y se van a la aventura. Yo no podría vivir sin tener las
cosas calculadas, y en cambio, esa gente va por el mundo improvisando las cosas
sobre la marcha y aprendiendo de todo para adaptarse a nuevos medios. Hay que
tener coraje para hacer algo así.
Pero
bien. Cada uno con sus problemas. Yo también los tengo y no los voy
lloriqueando en mi blog, aunque podría.
¡Qué
demonios! ¡Voy a contaros cómo el otro día se me derramó un tarro de azúcar!
¡Qué desastre...
Pd:
El objetivo de esta entrada es mostrar que hay muchas maneras de disfrutar de
la vida. No es una crítica a mis lectores alcohólicos.
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