Como
ya he dicho en otras entradas, he acabado la carrera de enfermería. Una
carrera de la que mucha gente subestima su dificultad. Lo cierto es que no es
difícil si se te da bien, ergo será difícil si no se te da bien.
En mi
caso se me ha dado bien, y no me ha sido difícil (normalmente). Aun así, hoy vengo a hablar (tal y como
dice el título) del éxito, el fracaso y la ambición. Tres palabras que están muy
relacionadas entre sí.
“Bueno.
Relacionadas no. El éxito es lo contrario al fracaso”.
Anda,
anda, lector troll. Eso que dices no es cierto para nada. Si llegas al éxito sin
fracasar, igual no estabas siendo demasiado ambicioso. Si eres muy ambicioso, para llegar al
éxito, deberás fracasar mucho y mucho.
Antes
de andar, has de caer muchas veces, de igual manera que antes de aprender a ir
en bici, te tienes que caer y hacer las típicas heridas de las rodillas que
todos los patosos nos hemos hecho de pequeños. Antes de aprender a nadar,
has tenido que tragar litros de agua. Antes que ligar con alguien, has tenido
que quedar como un idiota con tantas otras personas.
Así es la
vida (con sus matices, obviamente). No se trata de salir y besar el santo. No nacemos sabiendo hacer las
cosas (pese a que mucha gente piense que venimos programados para saberlas
hacer).
De
igual manera que para morir hay que vivir antes, para alcanzar el éxito en
algo, hay que fracasar. Esa es la
relación que se establece entre el éxito y el fracaso.
“Vale,
vale, ya me ha quedado claro. Entonces, ¿cuándo se supone que llega el éxito
entre tanto fracaso?”.
No
importa el cuándo.
“Pero
eso no tiene sentido. Claro que importa el cuándo. La vida no es eterna”.
Querido
lector. No importa el cuándo, no importa el donde, ni tan siquiera importa el
por qué.Solo importa una cosa. Tu ambición. De ella depende el número de
veces que estés dispuesto a fracasar antes de conseguir el éxito.
Si eres
ambicioso, tampoco importará el número de veces que fracases. Al final llegará
el éxito y con él, la felicidad por lo logrado, con esfuerzo y muchos
sacrificios.
Si no
eres lo suficientemente ambicioso, lo mejor que puedes hacer es ponerte metas
menores. Una meta demasiado lejana solo te creará frustraciones, pues tu
ambición no será suficientemente grande como para soportar los fracasos previos
a lograr tu éxito. Creo que esto no tiene nada de malo. Si eres capaz de aceptar tus
límites, entenderás cuál es tu nivel de ambición, y entonces serás capaz de
estableces una meta asequible, la alcanzarás y serás feliz.
Luego
estamos los ciegos, entre los que me incluyo. Tenemos demasiada ambición y no
somos capaces de ver nuestros límites. Y fracasamos. Y volvemos a fracasar. Y
fracasamos, fracasamos, y fracasamos. Y aun volvemos a fracasar. Y así una vez,
y otra. Pero estamos ciegos, no vemos la pared que se alza sobre nosotros
cuando pegamos cabezazos contra ella buscando ese mágico momento en el que
llegar a la meta y ser felices. Hasta que un día la derrumbemos de tantos cabezazos y lleguemos a
la meta. Puede que no fuese la manera más ortodoxa, y que lleguemos con
heridas, pero llegamos. O eso creemos.
“Pero,
¿y luego? ¿Qué pasa cuando llegas a la meta y eres feliz?”.
Ahí
reside la clave, amigos. La cuestión es que no hay meta.
Después de alcanzar el objetivo fijado, hay otro objetivo más allá. En eso
consiste la vida. En dar un paso más, en no estancarse, en ser ambicioso y en
saber que el fracaso es la clave del éxito. No hay un universo perfecto, sino
que la belleza del universo reside en su imperfección. No se es feliz al
alcanzar el objetivo, si no al andar hacia él. La verdadera clave de la
felicidad es disfrutar de los fracasos.
PD:
Cuando empecé la carrera, jamás creí que la acabaría a los cuatro años, pues
hice un año sabático antes y eso siempre dicen que te oxida la mente si no la
ejercitas. Ahora la acabo, con unas buenas notas, y sin futuro laboral. Creo
que me merezco unas buenas vacaciones.
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